
Me toca a mi retomar este blog a tres, este orgullo de ser el fiel de una equilibrada balanza, de saberme resguardada por la fe y las flores, por la prosa, la poesía y la ternura; por este sentimiento que nos une.
Cuando me invitaron a ser la una de esta trinidad no me lo pensé: me apetecía, me encantaba, me sentía en casa. Después me arrepentí y me sentí una intrusa. Y después enseguida me reafirmé: quería estar aquí, quería ser una pasión más entre estas pasiones. Qué más da que sea aquí o allá, que sea en Zamora o en Salamanca, si el corazón es viajero, si en sus mapas no existen fronteras, si no podemos levantar muros en todo aquello que venga en nombre de Dios.
Somos los hombres los que lo mangoneamos y lo ensuciamos, somos nosotros los que no respetamos el valor sagrado que encierra todo lo que compartimos: la oración de puertas adentro, el rezo bajo el caperuz, el sudor abrazando la madera, la emoción de la procesión cumplida o el valor del gesto, de algo tan pequeño, tan sencillo, como depositar un beso a los pies de un Cristo que duerme. Y nosotros, esta familia de tres con todas sus ramificaciones, somos otra cosa.
Al uno, al que transita la vida con su bata blanca como una bandera de la esperanza, le debo la serenidad de su fe inquebrantable, el valor de sus silencios y de sus palabras. La cordura sin fisuras de su bien amueblada cabeza. El nombre de los días, el valor de una noche inolvidable en la que un hombre susurraba a las petunias y nosotros le sosteníamos haciendo hermandad bajo las estrellas. Por eso le pedí que rubricase mi ingreso en la Vera Cruz, que me dejase ser una entre los suyos. Y aquí me quiero quedar. Por su honestidad, por su limpieza, por su testimonio.

Al otro, al que fabrica flores, le debo mil pensamientos y las noches mágicas en que el corazón alza el vuelo. La sonrisa de cada día, la que me pone en pie en estos días de carencias de hierro, pero ricos en alegría, que es nuestro mayor tesoro. La certeza de que existe un Dios que nos abraza desde la Cruz, que compartimos con todos y que sentimos nuestro.
Por eso también quise que fuese mi aval en este cheque de ilusión a fondo perdido. Por eso quise traspasar de su mano las puertas de la que ya es mi hermandad. Y sé que quiero soñar mil procesiones un pasito por detrás de él para aprenderme sus caminos o quedarme simplemente a su lado y descubrirlos sin decirle nada.
Son mis dos compañeros de viaje; son mi suma; son mi espejo. Y me encanta que sean ellos quienes me lleven de la mano por los latidos de las viejas piedras, por la historia de cinco siglos, por la amistad, por el amor. Cada uno a su aire, pero todos a una. Y me encanta que sean ellos quienes me ayuden a descifrar los escritos en la piel que atesoráis a orillas del Tormes, y que tengamos correspondencia de ida y vuelta. Calle arriba y calle abajo. En el número dos de la calle de Abajo siempre. Duero subiendo y Duero bajando. Nuestros dos ríos, que son el mismo agua.
A los demás, os dejo aquí abiertas las puertas. Las del corazón y las de todo lo que tenga que venir. De eso se trata. De construir, de conocernos, de completarnos, de enriquecernos, de compartir y de seguir avanzando. De hacer santos de verdad los días, de bendecir las noches, de alimentarnos de compañía y lograr que sea cierta la sonrisa de nuestro Dios Dormido, que seguirá iluminando al mundo cuando nosotros ya no seamos nada.
La una (a secas).
Son mis dos compañeros de viaje; son mi suma; son mi espejo. Y me encanta que sean ellos quienes me lleven de la mano por los latidos de las viejas piedras, por la historia de cinco siglos, por la amistad, por el amor. Cada uno a su aire, pero todos a una. Y me encanta que sean ellos quienes me ayuden a descifrar los escritos en la piel que atesoráis a orillas del Tormes, y que tengamos correspondencia de ida y vuelta. Calle arriba y calle abajo. En el número dos de la calle de Abajo siempre. Duero subiendo y Duero bajando. Nuestros dos ríos, que son el mismo agua.
A los demás, os dejo aquí abiertas las puertas. Las del corazón y las de todo lo que tenga que venir. De eso se trata. De construir, de conocernos, de completarnos, de enriquecernos, de compartir y de seguir avanzando. De hacer santos de verdad los días, de bendecir las noches, de alimentarnos de compañía y lograr que sea cierta la sonrisa de nuestro Dios Dormido, que seguirá iluminando al mundo cuando nosotros ya no seamos nada.
La una (a secas).