sábado, 13 de septiembre de 2008

Para que no hubiera...

... más cruces en el mundo, Cristo subió a la Cruz, Cristo sube a la Cruz. Esta noche, cuando el Santísimo bendiga a los allí reunidos con su amoroso vuelo, mientras el eco de las esquilillas y el humo del incienso trepen hasta el corazón de la cúpula, la capilla dorada contemplará cómo baja de su trono el Cristo que duerme, sonríe y nos abraza. Porque así sube Dios: bajando. Se exalta humillándose. Vence perdiendo. Nos salva en la Cruz. A la Cruz sube Cristo, humillado y deshecho. ¿Quién escucha su grito? ¿Quién atiende su llanto? Su Nombre sobre todo nombre, para que al Nombre de Jesús toda rodilla se doble en la tierra, en el cielo y en el abismo. Su grito silencioso, sus lágrimas serenas, su dulce sueño, su abrazo tierno, esta noche serán rezo de vísperas en la capilla dorada de nuestra querencia cofrade y salmantina. No estaré pero os invito a estar y tocar con los dedos la madera desgastada de sus pies que mañana rozarán tantos labios en el día grande de su Exaltación. Y toda lengua proclame que Jesús es Señor para gloria de Dios Padre. Para que no hubiera más llantos en el mundo, Cristo lloró en la Cruz, Cristo llora en la Cruz. Sollozo de tarde de Viernes Santo, de enfermedad y soledades, de guerras y destierros, de violencias y desdichas. Sollozo con los que sufren y por los que hacen sufrir. Sollozo de Jesús en la Cruz, para que lo exaltemos en su pobreza y lo recemos en su misericordia, para que celebremos la grandeza de su pequeñez y nos hagamos como Él uno de tantos, obediente hasta la muerte, y una muerte de Cruz. Para que no hubiera más muertes inocentes Cristo murió en la Cruz, Cristo muere en la Cruz.

Tomás, y otros dos aquerenciados en la capilla dorada