martes, 25 de diciembre de 2007

Hoy también nos ha nacido

Sí, nos ha nacido. Como siempre. Como esperábamos. El Amigo que nunca falla, como reza mi llavero de abrir puertas azules.

Y por esto Ana lo tiene bien guardadito en su habitación, mimándole en las primeras horas de luz, acurrucándole en los sueños que la fábrica quiere poner a sus pies desnudos esta noche. Porque le hemos hecho cuna a nuestra manera, como Dios nos da a entender. Al final de un sendero de adoquines de colores, más allá de un río donde se dibujan catedrales buscadas y encontradas, allí donde el Amor (simplemente, como sea) no da lugar a la duda. Allí. Sólo Amor, caminante. Allí es. Anótalo en tu cuaderno de bitácora. En el portal, en la palma de la mano de Ana, donde duerme, donde nos anuda con palabras que aún no pronuncia, donde nos mira con ojos cerrados en su primera madrugada (cada madrugada, una oración), donde se aferra al pecho de María como el reflexivo papón a su banzo y su gente.

Allí, esta noche. Cuando hay más respuestas a las preguntas y más belleza en las flores, cuando se mecen las brisas por los caminos, cuando "el cielo y la tierra se han unido en Dios que ha nacido en un portal" y ya somos un todo Salamora, Cái y Belén de Judá, cuando el que nos falta de los tres ya siento que nos renace para el "Todos por igual", o eso por lo menos le acabo de pedir al Niño Jesús, que sueña para que sigamos soñándole y haciendo de cada noche una Nochebuena en la que poder nacer y soñar a gusto.

Tomás

viernes, 21 de diciembre de 2007

Siempre nos nace

Me gustaba, cuando era niña, quitarlo del Misterio que está puesto en mi casa de forma permanente y custodiarlo en mi habitación el día de Nochebuena. Después, a las doce de la noche, mientras toda la familia brindaba, yo salía despacito y bajaba a colocarlo en su cunita, como si en verdad acabase de llegar al mundo.

Ya está en camino. Ya nos llega el Dios Niño, que aguarda en el vientre de su Madre la medianoche del lunes para llenar de luz cada hogar donde le preparemos cuna. Para sonreirnos hasta el último día. Para abrazarnos incluso desde la Cruz.


Vendrá en medio de la noche a iluminar este invierno que parece que no termina. A calentarnos el alma en estas noches tan tristes, tan sin estrellas. A taparnos con la sábana de su ternura cuando el dolor nos preste el colchón. A arroparnos en mitad de los sueños cuando la soledad nos vaya cicatrizando la piel donde no caben más causas perdidas.


Y esta Nochebuena lo llevaré de nuevo a mi habitación sin que nadie se entere, sin que nadie lo eche en falta en el Misterio. Y cuando regrese de la reunión familiar, ya de madrugada, bajaré a ponerlo en su pesebrito como si acabase de nacer. Como si quedase algo en mí de aquella niña que año tras año se lo devolvía a su Madre mientras las campanas de San Ildefonso convocaban a la Misa del Gallo y el teléfono se colapsaba con las llamadas de los amigos.


Y cuando lo vea tan pequeñito durmiendo en la palma de mi mano, sabré que sí tengo algo que celebrar. Porque siempre nos nace. Y nos sonríe.


(Una, con sus dos iguales)

martes, 18 de diciembre de 2007

Vita, dulcedo, et spes nostra Salve!

La Esperanza es la hermana pequeña, la que vive en uno sin exigir razones a la Fe, sin demandar obras al Amor. Es el ancla de los adentros, de los océanos más procelosos que son las batallas interiores: las dudas, los miedos, los vértigos. La Esperanza es la Virgen del Fiat: "Hágase en mí según tu palabra". Santa María del Adviento, de la corona de luces tímidas y pobres, que aún no se atreven a hacer fiesta. Santa María de la Expectación, de la Vida en el seno materno, de la Vida sedienta de Luz que no puede quedar ciega. Santa María de la O, de la Dulzura en los himnos de gratitud que entona el corazón asombrado ante el Misterio. Santa María: Vida, Dulzura y Esperanza nuestra.

Tomás, con otros dos que esperan


Foto: Virgen de la Esperanza de Peñaranda de Bracamonte, obra de Francisco González Macías (anteriormente fue procesionada en Salamanca por la Hermandad Dominicana).

jueves, 29 de noviembre de 2007

La Virgen sueña caminos

La Virgen sueña caminos, está a la espera. La Virgen sabe que el Niño está muy cerca. Hoy comienzan en pueblos y ciudades, en casas y corazones, los novenarios a la Virgen Inmaculada, la mujer vestida de sol, con la luna por pedestal y coronada de doce estrellas, que es la mujer fuerte del Evangelio y de la Historia. De Nazaret a Belén hay una senda, por ella van los que creen en las promesas. Aunque hasta el domingo no comencemos el tiempo de Adviento, ya parece que María se pone en camino por esa senda de invierno e incertidumbres que a todos nos toca recorrer, con puntos y seguidos, con ánimos encrespados, con uniones ficticias y discrepancias molestas. En estos días del año el pueblo espera que venga pronto el Mesías a nuestra tierra. ¡Pronto, pronto! Antes de que sea demasiado tarde. Antes de que se enfríe la estancia, que está quemándose mi último leño en el hogar, y se oscurezca sin remedio. En la ciudad de Belén llama a las puertas, pregunta en las posadas y no hay respuesta. Hay silencio administrativo, hay corazones de piedra, y entonces la Virgen sueña faroles que le alumbren sus desvelos, sueña cofradías y procesiones, y hasta exposiciones que la hagan flotar sobre los andamios o asfixiarse en un ascensor. La tarde ya lo sospecha, está alerta, el Sol le dice a la Luna que no se duerma. Porque la noche es la noche, es el campo de los sueños y el cielo abierto de los caminos, de los azules oscuros, de los blancos más blancos. A la ciudad de Belén vendrá una estrella, vendrá con todo el que quiera cruzar fronteras. Sin miedos, sin rutinas, sin deslumbramientos innecesarios ni cultos superfluos. Siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Se hizo pesebre y heno, para que a sus pies pusieran oro, incienso y mirra. Para que los tronos no se confundan. Los que soñáis y esperáis la Buena Nueva, abrid las puertas al Niño que está muy cerca. Nos lo trae la Inmaculada, la de los avemarías de diciembre, la de las salves populares, la del día de la Madre cuando no importaba si coincidía demasiado cerca de Navidad: claro, ¿cuándo mejor sino ahora para que, vestida de Sol, nos creamos que llega el Sol mismo? Nos lo trae la Virgen de los votos, de los dogmas que el pueblo entiende mejor porque la Madre es la Madre, de las túnicas blancas y las capas azules como su manto estrellado de sueños. El Señor cerca está, Él viene con la paz. El Señor cerca está, Él trae la verdad.
Tomás

domingo, 18 de noviembre de 2007

Punto y seguido

Este fin de semana quería escribir algo para el blog. Material tenía más que de sobra. Tengo a punto de rematar una entrada preciosa sobre la procesión del Lunes Santo con muy buena pinta. También tengo otra que hablaba sobre la capilla de la Vera Cruz como de nuestra casa, y otra más sobre las medallas que nos llenan de felicidad, y no hablo precisamente de la concedida hará casi un año. Si quisiera, podría aprovechar la actualidad y tirar de temas recurrentes: ultimos actos azules, junta de cofradías, presentación del cartel, nueva borriquilla, y si me apuro del Santo Entierro o hasta del Museo. Para otro día tenía previsto algo sobre el V Centenario (hace justo un año que estuvimos en La Alberca, ¿te acuerdas, Tomás?). También tengo una entrada que me escribió Jesús, el presi, con su particular visión “De pequeño…” pero nunca encuentro el momento exacto de colgarlo. Incluso pretendía continuar la serie narrando mis vivencias no ya de pequeño, si no de cuando entré a formar parte de la cofradía y mis primeras procesiones. Pero no ha tocado nada de eso. Seguiré siendo fiel a mis causas perdidas y volveré a dejar las cosas a medias…

Estaba haciendo la última corrección a una entrada que titulaba “Querida Lolita” y en la que a modo de epístola le contaba a nuestra Virgen como nos iban las cosas, como hemos cambiado en este tiempo y como nos vamos haciendo mayores. Y he descubierto que ya no tengo nada más que decir. Simplemente puedo cambiar las palabras o incluso alargar los silencios, pero lo que soy y lo que pienso ha quedado claro y no quiero repetirme más, por lo que aprovechando una frase de la actualidad, ha llegado el momento de poner un “cese temporal” a mis comentarios internautas. De repente me ha dado por envidiar a los cofrades de cuaresma que tanto criticamos y de los cuales anhelamos su participación todo el año, que cosas. No sé si esta nueva tarea será más fácil de alcanzar o si realmente estaré capacitado para conseguirla.

Ahora mismo lo más cercano que están mis pensamientos de los ordenadores y cofradías es adornando la entrada de algún templo de cualquier ciudad que quede a tiro de un camión blanco que un día tuvo el honor de llevar en su interior a nuestro Doctrinos. La más fácil de las excusas y la más creíble de las razones me impiden dedicar el tiempo que me gustaría a internet: los dichosos motivos laborales. Como nadie me preguntó nunca por que abría todas las noches estas ventanas y dejaba abiertas las puertas, ahora nadie se debe interesar por lo contrario. Tampoco creo que nadie llore ni descorche ninguna botella de champán. Y si he causado un efecto tal para poder llegar a esos extremos, no creo que haya sido digno ni de una cosa ni de otra.

Solo sé que nos queda un año por delante de la junta directiva de la que formo parte. Ya se están viendo los frutos de un trabajo diario y ya está bien marcado el rumbo. El camino es precioso. Unos arriman sus pasos junto a los nuestros, otros los inician e incluso los hay que vienen de vuelta, pero con absolutamente todos seguiremos cumpliendo la primera premisa que nos marcamos antaño: la sonrisa en la cara e intentar cumplir nuestro pacto de alegría, conscientes de que cada uno aportará su granito de arena y será siempre bienvenido, sin reproches. Pero hemos dejado un poco abandonada otra premisa: nuestras propias sonrisas. Será que nos estamos haciendo mayores. Si, mayores para ver desde otro punto de vista lo que siempre hemos tenido idealizado y nunca hemos visto posible alcanzar. ¿Esconder la cabeza como avestruces, huir como cobardes o aceptar la derrota? Ni hablar, nunca jugué a nada y como tal no concebí la victoria como fin, así que muchos menos la derrota.

Solo espero que la vida sea más o menos justa (no sé si aquí es sinónimo de correcta, espero que no) y todo salga bien, aunque tengamos que vivir siete vidas y nacer otras tantas para cumplirlo. Que nadie sienta que abandono la nave, simplemente pretendo justificar mis futuras ciber-ausencias y hacerme dueño de mis silencios. Además si queréis algo de mi, sabéis de sobra donde encontrarme.

Venga, vámonos.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Nacidos para el Cielo

La Iglesia de los peregrinos desde los primeros tiempos del cristianismo tuvo perfecto conocimiento de esta comunión de todo el Cuerpo Místico de Jesucristo, y así conservó con gran piedad el recuerdo de los difuntos, y ofreció sufragios por ellos, "porque santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados" (del muy recomendable capítulo VII, el de la Escatología, en la también imprescindible Constitución Dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia - Concilio Vaticano II).


Porque no somos sólo los que estamos. Somos los que estamos y los que estuvieron. Y los que vengan, serán. Todos uno sólo, el Cuerpo, único y partido, eterno pan de vida eterna. Pan del Cielo para el que nacimos. Porque al morir nacemos. Aquí llevamos el Sepulcro vacío de los de allí sobre el hombro de los recuerdos; allí respiran el mismo aire del Resucitado, exhalando entre los de aquí su aliento de promesas cumplidas.

Somos tantos que tenemos que juntarnos para rezar los unos por los otros. No hay nada más sencillo y más hermoso. Mirar a lo alto y descubrir que son santos todos los entierros, que se puede cubrir una carroza de cruces y cada vez pesar menos, que los crespones y las banderas de luto no son protocolo sino presencia real, que los pétalos del Cristo y de la Virgen no son sobre las lápidas lágrimas sino esperanzas. Mirar a lo alto, y bajar la mirada después, para comprobar que la vida es más larga que la sombra del ciprés.

Este sábado podemos hacerlo juntos. Nos vemos a las 16:30 horas en la Vera Cruz, y desde allí caminaremos hasta el Cementerio, donde miraremos juntos a lo alto de nuestros corazones. Un abrazo de los tres.

Tomás

viernes, 26 de octubre de 2007

Cuando llega noviembre

Ahora que llega noviembre con la memoria de los que no están a la vuelta de la esquina y el soplo de otoño desnudando los árboles, es tiempo de bajar al camposanto al Jesús de Luz y Vida.


Nuestro Jesús zamorano, siempre en pie, siempre caminando, siempre bendiciendo con las manos abiertas al mundo. A los vivos y a los muertos. A los que creyeron y nos dejaron en prenda a través de los siglos la conmemoración del misterio de la Pasión y la alegría de la Resurrección cuando llega la primavera. Zamoranos y no zamoranos, cofrades y no cofrades, penitentes en las aceras, devoradores de lunas y madrugadas, cirineos todos abrazados a la misma Cruz.


Lo llevaremos mañana desde la Catedral a la pequeña capilla del cementerio. Sin ceremonias ni boatos, sin procesiones ni comitivas solemnes, sin anunciarlo, llevándolo a pulso, casi acunándolo como quien lleva un tesoro para depositarlo en su peana de San Atilano en estos días de crisantemos, cirios y buñuelos. Tras los mismos muros donde rezamos en la noche del Sábado de Pasión cuando pasamos el Duero y lo llevamos sobre nuestros hombros para que sea consuelo de todos los que duermen.


Yo os animo a que recorráis la corta distancia que nos separa y vengáis a rezarle hasta nuestro cementerio. Porque allí cobra su significado primero el recuerdo a quienes nos legaron la Semana de Pasión; porque allí es caricia y bendición, al pie de los cipreses y las sepulturas, erguido como una bandera de la esperanza en ese terruño empapado de lágrimas y ausencias, en ese jardín de dolor y silencios donde florece la memoria de los que nos faltan. Mirando también a la Salamanca santa que reposa al abrigo de la tierra, si todos somos tierra vuelta a la tierra, si a todos nos enseñaron de una u otra forma a caminar con El.


Y aunque no sea Sábado de Pasión, mañana volveremos a sentir la misma emoción cuando lo tengamos en brazos bebiendo su mirada serena, cuando acariciamos sus dedos de madera tibios como la carne, cuando besemos su pie desnudo antes de dejarlo junto a los que queremos, que empiezan a ser muchos a medida que pasan los años.


A mí me gusta verlo allí; me gusta saberlo cerca de los míos, me mueve y me emociona cuando lo tenemos en San Atilano. Porque es la sonrisa que encontramos en la tristeza que pregona noviembre. Porque nos redacta fuera del tiempo de la Pasión nuevos escritos, nuevas procesiones en la sangre y en la piel.


Porque llena de luz y de vida los rincones oscuros donde intenta posarse la muerte.

Ana.

lunes, 8 de octubre de 2007

Rosario

El calendario y su santoral marcaban ayer la festividad de Nuestra Señora del Rosario. Para muchos situar esta fecha en el calendario cofrade en los últimos años en Salamanca es fruto del ímpetu de un grupo de personas que en los últimos tiempos ha trabajado en torno a esta devoción.

Vaya por delante que siempre me parecieron interesantes todo tipo de propuestas que por un motivo u otro hagan que la gente se aproxime a los templos y más concretamente a actividades de este tipo asociadas a las cofradías fuera de los días de Semana Santa. Y si esta actividad tiene como fin el culto a la Virgen y es atractivo para la gente más joven de ciertas cofradías, mejor imposible. Igualmente he de decir que cada persona es libre de tener sus propias devociones e inquietudes, y en mi caso no tenía marcada esta fecha como especial.

Recuerdo vagamente cómo hace años había quien me animaba a bajar a San Esteban para compartir este día, con su correspondiente misa y procesión claustral. Para los poco introducidos en la materia asociábamos San Esteban + procesión = Dominicana, y así siempre lo tuve pensado. Nunca bajé a comprobarlo. No me pareció correcto participar en un acto que consideraba íntimo para echar una mano bajo unas andas de plata como me solicitaban si no tenía un especial sentimiento hacia lo que llevaría encima. Y digo íntimo porque en aquella época la participación era tan minoritaria que se pedía a gente como yo su colaboración.

Los años fueron pasando, y cada año intentaba apuntar la fecha en la agenda, pero siempre veía en los periódicos del día siguiente que otra vez se me volvía a olvidar. Sólo en una ocasión tuve la oportunidad de ver salir la procesión y la verdad es que no recuerdo el estilo procesional del paso. Lo único que sentí fue envidia sana al ver un acto de una cofradía en pleno mes de octubre. Así, hasta que el año pasado gracias al foro de Semana Santa de una web que muchos frecuentamos me animé a acercarme a ver la procesión. Este año sólo un día he podido visitar San Esteban durante la celebración de la novena y mientras escribo estas líneas desconozco si el resultado final ha sido satisfactorio para organizadores y devotos. Espero que a pesar de no salir finalmente la procesión pero coincidir en domingo haya sido satisfactorio. Dejando aparte el revuelto que organizamos por el debate de diferentes estilos de procesionar, pienso que toca la hora de buscar alternativas, obtener soluciones y poner todas las cartas encima de la mesa.

De antemano, si estos debates han servido para que muchos fijen la fecha en el calendario y sobre todo ha sido el detonante para abrir nuestras mentes y conocernos cara a cara, apuntaremos el mérito y agradecimiento a Nuestra Señora del Rosario.

En primer lugar sería deseable que quedase claro para el público general quiénes son los organizadores de dichos actos, pues no parece saberse bien dónde empieza la cofradía del Rosario, hasta dónde llega la implicación de la Dominicana o si realmente son los Padres Dominicos los responsables. Si existe la cofradía del Rosario como tal y no sólo de palabra e historia, o cuenta con estatutos y miembros activos, deberían ser ellos los que pudieran decidir sobre el desfile. Aquí está mi mensaje central: que sea la cofradía quien decida su camino y a los demás nos podrá gustar en mayor o menor medida, pero no seremos quién para juzgarla. Así no existiría en la calle la sensación de ser un banco de pruebas de los sectores más andaluces de la Dominicana ni que sirva esta procesión para calmar las ansias procesionales a toda costa de algunos, sin saber el valor de lo que se lleva encima.

Por otra parte sí que parece necesario no empezar la casa por el tejado. Canalicemos todo ese esfuerzo que han estado desarrollando un grupo de gente y que parece que principalmente son jóvenes para publicitar correctamente los actos que se hagan en torno a este día, hacer partícipe a cuanta más gente mejor a esta devoción y a partir de aquí, adornar la procesión como más le guste a los implicados.

Por último y nunca está de más decirlo, espero que nadie se sienta ofendido por mis palabras en un tema que hacemos polémico sin merecerlo. Sólo espero que ayer fuese día de fiesta para muchos, porque además los lectores que participamos en blogs y foros de Semana Santa han dejado clara su devoción y hoy no han tenido nada que demostrar a nadie. Los que hoy se hayan sentido decepcionados por no tener su desfile esperado, tal vez puedan ver en esto un aliciente para seguir adelante en su trabajo, y si alguien a pesar de todo ha estado ausente de persona y pensamiento, tal vez debería replantearse si merece la pena su presencia en un acto que puede que ni sepa, ni quiera ver la verdadera importancia del mismo o lo que es peor, ni se lo sepan o quieran hacer ver.


Un saludo,

Roberto

miércoles, 3 de octubre de 2007

Francisco

Siempre imaginé a Francisco paseando por su Campo y aprobando el barullo cofradiero, medio desnudo con su sayal pardo y su cuerda pobre, bebiendo la sabiduría en la fuente de la Cruz, más torrencial que cualquier otra. Lo imaginaré así, lo pienso de esta manera, porque tengo para mí que Francisco nos dio la clave y nos da la vez. Aparcó cruzadas de caballero andante y cristiandad para anunciar la Paz de Cristo a la humanidad toda. Eligió ser juglar divino por plazas y caminos antes que trovador de palacios y príncipes, y anunció en lengua romance y en horas de leprosería la Palabra de Dios hecha vida a los hombres y mujeres de su tiempo y de la Historia. Tomó la humildad por bandera porque supo ver a Jesús en el pobre, y se identificó con él, y ya no entendió otra forma de seguirle que imitarle. Descubrió que a Dios no se asciende, que se le distingue descendiendo y abajándose hasta el extremo de abrazar su humanidad crucificada.

Todo un reto el seguimiento de Jesús que escogió Francisco, el poverello de Asís, quien se sintió plenamente hijo del Padre y a todas sus criaturas amó como hermanas. En el ideal de fraternidad de Francisco se miran las cofradías, entre la utopía y la tarea, pues aunque sea imperfecta la fraternidad que construyamos los hombres, perfecto es asumir su construcción cada día. Con esto es suficiente. Lo demás lo pone la Providencia. Y para hacer hermandad, primero es necesario sabernos hermanos, uno con uno, uno con otro, en el ir de dos en dos, antes de que nos perdamos en el anonimato de las masas. No importa cuántos seamos. Importa que todos podamos ser, que nadie se sienta excluido. Es el todos por igual de los hermanos menores, que hermano mayor ya es el Señor y se hizo último y pequeño. Es prescindir de fama y presunción, ejercer la autoridad con sencillez, hacer apostolado con palabras y obras, que todos podemos... y obedecer, como diría Francisco: "Nunca contra la voluntad de los obispos, ni siquiera contra la de los oscuros párrocos de aldea, por ignorantes que fuesen". Porque en el gobierno de la Iglesia hace su voluntad el Espíritu Santo y en quién si no vamos a confiar...

Seguiré pensando que Francisco, cuando pasea por su Campo de verde y piedra, aguarda con alegría, siempre alegre, la llegada de los cofrades con sus Cristos pobres y ciertos sobre los hombros. Se asomará a la tapia de Berrueta para invitarnos a volver a los orígenes, a la hoja de ruta del Evangelio que a él le hizo feliz. Nos hablará del culto en espíritu y en verdad, de la caridad más allá de la retórica, de la esperanza en el hombre porque es criatura a imagen de Dios. Nos hablará, pero sobre todo nos escuchará, y se pondrá de nuestro lado, porque somos de la casa y siempre tuvimos inquietudes. Dirá que le vamos a dar muchas alegrías. Yo no lo dudo.

Feliz 4 de octubre, fiesta de San Francisco de Asís, decano de los hermanos cofrades, que tiene un Campo donde bajar a Cristo de la Cruz equivale a bajarnos todos hasta descubrirle, donde la belleza irrumpe con particular esplendor en los días de la Pascua. Paz y Bien.

Tomás

jueves, 27 de septiembre de 2007

Las costureras de la Virgen

(Para Mari. Para Estela)

Parecía una muñequita estrenando sus galas de luto y oro al pie del Doctrinos en el día de la Cruz. Con su manto nuevo y esa cara que se nos pone a las mujeres cuando nos echamos por encima una prenda por primera vez y nos sentimos guapas. Enmarcada en cientos, miles de abalorios formando una puntilla con reflejos de azabache y de cristal, con el suave rastro del terciopelo sobre la piel y la caricia de miles de puntadas en hilo dorado iluminando su rostro de sonrisa amorosa y doliente.


En las vísperas de la fiesta de septiembre, al caer la noche, la vistieron las mujeres como a una novia de puertas hacia adentro. Despacito, con mimo y ceremonial en las manos, como si fuesen las ropas porcelana a punto de quebrarse. Dibujando blondas de encaje en el óvalo de la cara como si las meciese el aire igual que el Lunes Santo cuando sigue por las calles a su Hijo mientras va redondeando la luna de la primavera. Aliviando el negro de su alma con mantilla blanca como un pañuelo en el que verter todas las lágrimas del mundo. Cubriéndola de luto y hermosura como si fuese Viernes y estuviese en el monte de las calaveras esperando que volviese a sus entrañas el hijo de sus entrañas.

La Virgen estrenaba manto. Atrás quedaban las horas de ciencia y paciencia, la soledad del bastidor, el amor escrito con hilo, aguja y dedal. Las imagino bordando, codo con codo, madre e hija, sangre por sangre, en silencio, con una invisible cinta azul ciñéndoles los latidos; con la sonrisa que otorga la satisfacción de saberse costureras de la Madre de Dios. Sin talleres de renombre, sin presupuestos, sin estridencias, sin anunciarse. Dibujando en cordones de oro la cultura secular de estos pueblos nuestros que de siempre cubrieron a sus mujeres de terciopelos, sedas, lentejuelas, oro y azabaches en los días de ceremonia y solemnidad. Echándole horas a fondo perdido y dejándose la vista en cada puntada porque querían poner guapa a su Virgen y mostrársela así al pueblo que ese día acudía a besar los pies del Santo Cristo que duerme y sonríe.

Supongo que ellas no querrán ver sus nombres en negrita, pero no me resisto a dedicarles esta entrada desde la admiración hacia su artesanía del alma. Porque ellas son el eslabón de todas aquellas costureras de lo divino cuyos nombres nunca sabremos. Y aunque con el paso del tiempo hayamos hecho de lo suntuoso la norma, yo me quedo con el auténtico tesoro que suponen esos mantos, más allá de los oropeles y las filigranas: la oración de cada hebra, el incalculable entramado de amor que sus manos han dibujado para arropar el dolor de la Madre por las calles.

Gracias a las dos.

Ana.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Exaltación de la Cruz

El próximo día 14 de septiembre el calendario nos marca la fecha: es la festividad de la Exaltación de la Cruz. La cofradía de la Vera Cruz en los últimos tiempos señala este día en su particular calendario cofrade como razón de ser, no sólo para recordar nuestra vinculación con el Santo Madero, sino convirtiéndolo en la excusa idónea para reunirnos en torno a ella cuando estamos tan alejados de Cuaresma y de Semana Santa.

Así, tendremos la oportunidad de convivir en nuestra capilla, que ya es la de todos, durante tres días. Estamos ante el triduo de la Cruz. Cruz que se hace especialmente presente en nuestra casa dorada con El, el Sto Cristo de los Doctrinos, como símbolo para nosotros, prestando la mejor imagen a esta fecha. Y junto a El, como lo hace el Viernes Santo en procesión formando el paso de “El Calvario” compartirán protagonismo San Juan y la Virgen de la Amargura. Tres personajes para tres días.

El miércoles 12 la homilía estará especialmente dedicada a San Juan y, por consiguiente, a la juventud. Contaremos con la participación de los grupos jóvenes de cada una de las cofradías de nuestra ciudad, que han sido invitados a tal efecto y con nuestros anfitriones internautas, pues la Asociación Juvenil Cofrade de Salamanca merece que la madre y maestra de las cofradías charras actúe con ellos como tal. Y todos volveremos a ser un poco niños, como tantas veces quiero pensar, e iremos con nuestra camiseta de SOMOS AZULES siguiendo las ocurrencias y petición de nuestro presidente en un simpático detalle infantil, que a buen seguro nos unirá. Ojalá sepamos transmitir a nuestros jóvenes (yo cada vez me siento más viejo) nuestras creencias y tradiciones y que ellos hereden más pronto que tarde un lugar importante en nuestras cofradías para que traigan aire fresco.

El jueves 13 la cofradía se cerrará en sí misma, como le gusta a nuestra Madre de Lunes Santo, pues nuestra Amargura será fiel a su estilo. Tampoco voy a hablar de Ella, pues esta virgencita merece una entrada en este blog aparte. Este día, como cada vez que sale en procesión, no quiere estar sola, por lo que la misa servirá para recordar a nuestra hermana Teresa. Tampoco soy la persona adecuada para recordarla, pero a buen seguro se hará presente entre nosotros y sus hermanas de carga, las mismas que la acompañaron hasta el último momento y que incluso tuvieron el honor de despedirla portándola con el manto de la Virgen de la Alegría de la que tantos años fue jefa de paso.

Y el viernes 14 es la fecha. Durante ese día nuestra casa estará abierta a todo aquel que quiera visitarla para honrar al Cristo de los Doctrinos en su besa pies. Poco os puedo decir de mi Cristo. Poco os puedo decir de nuestro Cristo. Es la mejor cruz para este día. Es la mejor cruz para exaltar. Y quién mejor para hacerlo que nuestra Ana. Sin apellidos ni denominaciones de origen. El otro día una voz respetable nos dijo “menudos fichajes estáis haciendo últimamente”. Supongo que ella no se sentirá aludida. Y nosotros la aceptamos como tal. O tal vez los fichajes seamos nosotros, quién sabe. Sólo sé que el mismo día que la conocimos, Tomás y yo no tuvimos más remedio que pedirle que alguna vez nos echara una mano en algún acto e inmediatamente pensamos en éste. Ese alguna vez sonaba lejano, pero los días fueron pasando, meses intensos en que la descubrimos y ahora es una más. Milagros de Internet. Cuando se lo pedimos “oficialmente” no lo hicimos por su currículo (¡vaya si lo podíamos haber hecho!), si no que se lo pedimos a nuestra hermana como forma de darle la bienvenida. Se lo pedimos a una de los nuestros.

No quiero recurrir al famoso pasteleo interblogs que compartimos entre todos porque además tampoco sabría que decir. Supongo que tras el Triduo alguno de vosotros tendrá la capacidad suficiente para hacerlo mucho mejor yo. Sólo me he querido adelantar para hacer constar simplemente eso: que no tendría palabras.

Y como guinda a este pastel, el acto será presentado por otro de los nuestros. Lo hará Antonio desde el otro lado del charco. Era nuestra manera de hacerlo presente. A buen seguro la voz de Ana cruzará el Atlántico y sonará como el mejor canto. Y como buen “maestro de voz” que es, utilizará la mía para hacerse oír. Mientras escribo estas líneas recibo un mail con remite de Indiana con su texto. Casi mejor lo leo directamente en el atril y así me hace la misma ilusión que a vosotros. Unos escriben, otros recitan, otros leen: trabajo en equipo. Para mí será la primera vez que hable en voz alta en la capilla. Tantas y tantas horas de oración y trabajo que he pasado allí y mi estreno será en voz de “otro” para dar paso a “una”. Me encanta que sea así. Perfecto. ¿Exceso de modestia? Para nada, más bien estilo Vera Cruz: que cada uno aporte su granito de arena.

Simplemente GRACIAS de antemano por todo, Ana.

Roberto.

domingo, 2 de septiembre de 2007

Postal desde el verano

Queridos una y uno, Paz y Bien,

no es que haya pasado el verano en Cádiz (¡hubiese avisado!), pero se me ocurrió que las buenas gentes de Correos aceptarían de puro antiguo y simpático este sello sin franqueo, y casi hasta desdentado. Sé que estas líneas han llegado a buen puerto, a eterna bahía.

Os digo queridos a vosotros como sé que vosotros y yo decimos queridos, nuevamente, a quienes han vuelto. Porque hemos vuelto. Nunca nos fuimos del todo. Siempre estuvimos ahí, o aquí, o sabe Dios dónde, pero estuvimos.

Ahora todos los párrafos me suenan a castillos, en el aire o con firmes cimientos, pero castillos de esos que ya no se edifican al fin y al cabo. Yo prefiero pensar en fábricas de sueños, en casas con la puerta siempre de par en par y en templos abiertos desde donde sale el sol hasta el ocaso, y más allá. Prefiero soñar con el humo de los sueños y cruzar los umbrales de los hogares amigos. Y pensar que las causas perdidas son primero causas, razones y corazones con mucho que decir que hace tiempo pidieron la palabra. Y quiero leer más "de pequeños" para buscar las claves de mañana en aquel ayer que es siempre hoy. Y seguir creyendo que las postales llegan allí donde las están esperando, porque la fe, cuando se asoma al agua de una playa limpia o de un torrente serrano, ve la esperanza, sin más. Y entonces el amor hace fiesta en honor de sus hermanas.

Tomás

jueves, 19 de julio de 2007

Causas perdidas

Siempre me atrajo lo diferente, lo curioso, lo extraño, lo perdido, lo imposible.... Me encantan aquellos que defienden sus ideales sin imponerlos. Me llevan a seguirles. Los que sienten y comparten sus argumentos sin venderlos. Les doy la razón de antemano. Los que luchan por lo que creen aunque nadie les crea. Me gustaría imitarles. Los que conocen sus límites y los superan día a día. Me motivan a empujarles. Los que celebran sus victorias en silencio y lloran sus derrotas ante los ojos de todos. Me pondría en ambos casos a su lado. Los que se sienten pequeños cuando el mundo les viene grande. Les abrazo, sin más. Los que detestan el conformismo y lo sustituyen por ilusión y superación. Me obligan a quererles.

Nunca me llamaron la atención las mayorías, y menos los “porque sí”. Siempre me sentí próximo a las minorías, y más a las conocedoras de su derrota a pesar de tener las mejores y más nobles causas. Odio la inercia y el que todo se haga porque siempre se hizo igual. No me identifico con los revolucionarios que resuelven las cosas a su antojo. Tampoco con quienes se hacen pasar por abuelos para contarnos mil batallas. Ni con los que se piensan insustituibles o más que nadie por llevar más tiempo aquí. Detesto ver en misa entonar el “por mi culpa” de golpe en pecho y que luego no te miren a los ojos para dar la paz. Dudo de las noticias que llegan por cauces oficiales y verificaré siempre los mentideros, aunque me ría de ellos, aunque se rían de mí. No mataré nunca al mensajero, aunque una colleja a veces le sentase bien. Haré oídos sordos cuando lo estime oportuno sin dar nunca explicaciones a nadie. Volveré a explicar lo inteligible para que vuelva a quedar claro.

Nunca me gustaron las películas facilonas con final feliz y menos si salía una bandera con barras y estrellas salvando al mundo. Si volviera a nacer, sería colchonero, sin duda. Si cantara, supongo que sería cantautor de voz rota con mil historias tristes que contar. Si soñase, me tomaría mi tiempo para estirar las noches y levantar fábricas de techos transparentes. Y que dominen países exóticos los medalleros del mundo, por favor. Siempre me gustaron más las hamburguesas de casa o del bar de la esquina porque no empezaban por Mc. Los zapatos planos antes que los de tacón. Creo que los electrodomésticos del bazar de mi calle funcionan mejor que los del centro comercial. Aunque mi voto sirviese de algo, tampoco votaría a uno ni al otro lado; son todos iguales.

Quienes piensen que me he confundido de blog y no hablo de Semana Santa, por favor, que dejen de leer aquí. Quienes crean que intento fundar una religión o una corriente filosófica y pretendan seguirme, que también se vayan. Quienes se hayan identificado con algo, que además de leer me corrijan y de paso dejen aquí sus porqués. Esta entrada va sin fotos. No hay ningún Cristo o Virgen que nos acompañen. Las fechas aconsejan dejarlos en capilla. Si alguien los necesita, que acuda a verlos allí. La Semana Santa es eso: una semana, siete días que hacemos santos. Y punto. Lo demás somos nosotros, es el mundo imaginario que nos creamos, que soñamos porque lo necesitamos para vivir; quizá porque sea más real que el día a día que tenemos establecido. Y dar más vueltas sobre lo mismo puede ser dañino para la salud. Casi será mejor hibernar en verano. Cerrar el chiringuito para cargar las pilas y volver más fuertes y comprometidos.

Pero hoy tengo la sensación de no sentirme solo, de que vuestros “De pequeños…” me han servido para ver que somos iguales. Me sigo sintiendo un poco extraño, en cierta medida un bicho raro en este mundo, al igual que vosotros. ¿Qué hacemos aquí? Cualquier persona ajena al mundo de las cofradías nunca nos entenderá, y me da la sensación de que otros sectores de la misma Iglesia tampoco. El “fraternal despelleje en Cristo” del vecino turista hace reflexionar si no estaremos en tierra de nadie. Nos da igual, nuestra isla no precisa de medicinas para curarnos, no las necesitamos. Llegará un día en que un buen doctor en ciencias sabrá descifrarme el genoma humano. Intuyo dónde estará situada la pasión cofrade, qué cromosoma compartirá. Alguno se asustará, pero este sentimiento va asociado a otros rasgos que sólo la ciencia sabrá explicar pero nunca entender porque van parejos. (“Frikis del mundo, uníos” que diría el otro). No sé si estamos jugando, o apostando por algo con pinta de derrota asegurada, pero da igual. La causa lo justifica. El futuro además es nuestro, verdad? O tal vez no seamos conscientes de que esto se desmorona y nos aferremos en levantar esa pequeña isla en la que estamos seguros. Y se desmorona o permanece a salvo por nosotros, lo llevamos escrito en la piel. Aún así, pienso que merece la pena, no?

Siempre admiraré a los batalladores que se pongan frente a cualquier causa que salga de su corazón. Me ocurre con mis otros dos cuando son más papistas que el papa; cuando se empeñan en hacer oídos sordos a sus cocos privilegiados y siguen los dictados de su corazón. Cuando dejan de razonar. Me encanta Tomás cuando ve al alto clero de nuestro lado. Me encanta ver a Ana poniendo sus espaditas en la calle. También lo hacen quienes día a día cogen un trozo de madera humilde e idean el mejor de los tronos para el mejor de sus dioses. O aquellos que nos prestan sus ojos detrás de la cámara: el que en Salamanca sigue llamando por teléfono con la misma ilusión de cuaresma o el que desde Zamora se asoma a mi ventana vía internet buscando buenas nuevas. O el que habita en dos hogares, aunque uno sea trasatlántico. Y los que rezan aquí y allí, haciendo verdad que Salamora existe; el que busca carrera universitaria sin prisa pero sin pausa, el que trabaja en verano para poder hacerse presente en cuaresma, el que oposita a dos contra casi mil… y los que me dejo soñando en el tintero.

No somos tan pocos. Al final no vamos a ser minoría; a ver si no vamos a perder, incluso nuestras causas perdidas. De todas formas, yo me apunto a arriesgarme con ellos. Si alguien quiere apostar, que lo haga por nuestra derrota. Da igual. También llevamos en nuestros rasgos esta rareza.


Roberto

lunes, 2 de julio de 2007

De pequeños

Escribo esta carta sabiendo que no se si voy a mandarla. o no nací cofrade, es mas creo que nunca he vivido la Semana santa como lo vengo haciendo estos últimos años.
Cada año, cada nuevo curso, todas la vacaciones de Semana Santa me marchaba al pueblo, allí asistía a los oficios y al resto de los poquitos actos que había y hay, de la mano de abuela, que fue quien me enseño mi primera oración. Cada domingo de Ramos veníamos a ver a “la Borriquita”, nos encantaba verla desfilar por la Rua, para mis primas y para mi era un domingo especial.

Pasaron los años, y cada Madrugada del Jueves Santo veníamos para ver a la “Virgen” como decía la niña, nuestra niña, que con nueve añitos nos dejo una mañana de noviembre. Ese mismo año, cuando llegue a casa, tenia una nota pegada en el teléfono, una nota de papel cuadriculado, escrita a bolígrafo con caligrafía de niña llena de tachones y flores volando pintadas de color rojo, (la tengo guardada como en gran tesoro) y decía tal cual os la escribo:
“Marías, no se te olvide que hoy tenemos que ir a ver a la virgen “

Fue la ultima vez que la vio. Después la vida me jugo otras malas pasadas, deje todo esto de un lado. Tuve unos años de flaqueza, pero ya ven, siempre hay tiempo para rectificar. Y cosas de la vida. ¿Quien me diría que sería cofrade? Cofrade de los azules, los que nunca había visto, los que no sabia que existían, procesión que nunca vi ni un Lunes Santo, ni el Viernes………Nunca había entrado en la capilla, pero siempre escuche decir a mi padre que cada vez que pasaba por allí entraba a rezar un padrenuestro. Mi padre no era de iglesias pero ya ven cosas del destino, sus dos hijos, forman parte de esta GRAN FAMILIA DE AZULES, y cada tarde de Lunes Santo, Viernes y Domingo de Resurrección sabemos que desde alguna parte esta echándonos una mano.

No les puedo contar mucho más, espero que mis descendientes puedan algún día escribir y contar más anécdotas que yo. Un beso a todos y gracias por estar ahí.

Estela



Todo comenzaba 40 días antes con el manchurrón de ceniza en la capilla del colegio tras las “mini vacaciones” de carnaval. La cuenta atrás se ponía en marcha pero 40 días eran muchos, eran muy largos…
Durante 40 días los caminos matinales al colegio eran monotemáticos y semanasanteros con Álvaro, un chico de mi clase. Era en esos 15 minutos cuando soñábamos y hacíamos cuentas de los años que nos quedaban para abrazar los banzos, las procesiones que íbamos a ver, lo que descubríamos, lo que nos quedaba por aprender...
Era en cuaresma cuando Catalina, mi profesora, andaluza y monja, nos ponía en clase grabaciones de la radio de la salida de “su Virgen” que creo que era la Virgen de la Victoria, era entonces cuando la imaginación saltaba de nuevo y volvía a hacer de las suyas. Era también con ella con quien hacíamos pasos con cajas de zapatos y organizábamos una procesión por el pasillo del colegio, con cruz de guía y todo, eso sí, mi paso siempre a ruedas e incluso con el motor de una locomotora para que se moviera solo. ¡El mío sí que molaba!
¿Pero cuanto faltaba para que comenzase? Mejor no pensarlo…
El tiempo pasaba y cada vez quedaba menos, y ver a la Dolorosa en su paso para la novena significaba que quedaba muchísimo menos. La Semana Santa estaba allí, casi si podía tocar. Siempre me impactaron las espadas que la atravesaban pero subida al paso, desde el final de la capilla, a los pies del Padre y de la mano de papá lo hacía mucho más. Ella, elevando sus ojos hacia el cielo, que parecían evadir el dolor mirando por aquella ventana, rodeada por los faroles que sabe Dios si volverán y de fondo el canto fino de la monja al órgano que decía algo así: “Madre llena de aflicción, de Jesucristo, las llagas, grabad en mi corazón…”se grabaron en mí y llegaron a lo más profundo. Casi sin darme cuenta. Casi sin saberlo.
¿Papá has cogido el programa? ¿Papi a qué hora vamos a ir mañana a la procesión? ¿Papi y si no nos da tiempo? (¡Qué paciencia!)
A pesar de la larga espera el Domingo de Ramos llegó y después de la misa y coger el ramo íbamos a ver la procesión. Interminable, como siempre, pero era la nuestra, la de los niños, la de Jesús subido en un burro y ¡qué mas da que no sea de madera! Era y es mi borriquita, la de mi infancia y mis recuerdos, la del Cristo que siempre gustó a mi abuela. La mejor.
Y por la tarde a ver al Cristo del Perdón ¡en la que soltaban a un preso! ¿Quién sería de todos?
El lunes, martes y miércoles Santo, por las mañanas al colegio y por la noche a la calle. Esas procesiones eran intocables y mis preferidas. También lo son hoy. De la mano de mi padre y mi hermana, arropados por el frío de las noches que envuelven Castilla, lo más cerca de la puerta posible, la veíamos salir. Recuerdo que como cualquier niño, me impactaba ver como Jesús caminaba sobre la gente hacia nosotros, la Virgen llorando o la gente que iba descalza ¿no pasarán frío? Pensaba yo. El mecanismo para subir el Cristo de la Luz, la elegancia del Flagelado o la calavera al pie del Doctrinos eran los detalles que me gustaba seguir año tras año.
Después, ya en vacaciones, todas las mañanas daba paseos con mi abuelo por las distintas iglesias para ver los pasos. Fue en una de esas mañanas cuando comenzó mi vida de cofrade.
El jueves para mí era la Seráfica y sobre todo la Dolorosa. Enorme. También era la tarde para las estaciones, intentando ir siempre a iglesias con pasos y la Vera-Cruz tampoco podía faltar. El viernes hice madrugar a mi abuelo para que me llevara a ver la Dominicana. Un recuerdo que no se me olvidará fue ver a tres jóvenes con alguna que otra copa de más mirándome y frotándose los ojos, decían entre ellos ¡¿pero que hace un niño por aquí a estas horas?! ¡Pues que iba a hacer, iba a ver la procesión!
La de los 15 pasos si que era interminable y ¡qué frío! Los pasos a ruedas, el Rescatado, la melena de la Magdalena, los cortes en la procesión, los juegos con mi hermana a ver quién era el que tocaba la capa a más nazarenos…era lo de siempre y de nuevo Ella ¡y se le movían las espadas!
Salvo algún año que iba a ver la Soledad, mi Semana Santa se acababa aquí y pasaba hasta el año siguiente. Si no recuerdo mal, nunca vi la procesión de Pizarrales ni la del Resucitado. Durante el año solo quedaban los recortes de los periódicos para recordar esa semana, alguna que otra visita a la capilla de la Vera Cruz y los programas con los que me aprendía los recorridos de memoria. Era ahora el tiempo de pintar los pasos, de hacer recuento de las procesiones vistas, de tararear alguna marcha que me había gustado, de volver a soñar con la siguiente…
Con el tiempo la Semana Santa empezaba mucho antes de los 40 días, empezaba el domingo de Resurrección. Con el tiempo, las imágenes que veía de año en año, pasaron a formar parte de mi vida. Con el tiempo, aquellos desconocidos con los que cruzaba, si acaso, alguna mirada, fueron mis amigos y algo más, mi familia. Con el tiempo la cofradía fue mi casa.

Álvaro

lunes, 18 de junio de 2007

De pequeña












Como todos los que os asomáis a esta ventanita, yo también nací cofrade. Unos lo érais sin saberlo, desde las aceras; otros lo éramos como yo, a la que apuntaron a las cofradías casi antes que en el registro civil. Pero nací hembra en un mundo macho y eso suponía y supone aún nacer cofrade vetada desde la cuna, cercenada en virtud de sinrazones que nadie me ha sabido razonar.

Supongo que el hecho de nacer niña impidió entonces que, como mis hermanos, mis primos, mi padre, sus hermanos, mis abuelo, mi bisabuelo y todos los hombres de mi familia por vía paterna, pudiese vestir la liviana túnica de la Congregación en la madrugada del Viernes Santo, que sigue siendo mi cofradía sin ser la mía. Que será la túnica que me acompañe en mi último viaje porque quiero que su negro desvaído sea el último beso que me dé esta tierra zamorana antes de partir.

Supongo que por eso nunca he podido arrimar mi hombro bajo la mesa de la Virgen de los Clavos, que lleva más de ciento veinte años sustentada en el sudor de los varones de mi casa y a cuya imagen murió aferrado mi abuelo, que jamás pisó la iglesia pero siempre santificó su nombre. Ni podré hacerlo nunca bajo el Nazareno doliente que parió la gubia de mi padre, a cuyos pies firmó con lágrimas la obra el mismo día en que murió mi abuela, que se llamaba Carmen y se nos fue de vuelo como una golondrina hace siete años, en la mañana del último día de febrero.


Supongo que por eso mismo nunca me dieron explicaciones de por qué teniendo la misma escuela en casa y en la calle o dejándome llegar por mi tesón hasta rincones donde el resto de las niñas no accedían; jugando a las procesiones, soñando pasos y marchas fúnebres por los pasillos de casa; por qué recibiendo la misma catequesis generación tras generación que mis hermanos, llegaba el Martes Santo y los veía bajar por la cuesta de mi casa hacia La Horta,
con su túnica blanca de lana, su fajín de pana verde y su caperuz recostado en el antebrazo, y yo me quedaba con la nariz pegada al cristal maldiciendo la mala suerte de haber nacido mujer, aunque cumplidos los diecisiete tuve el privilegio de ser una entre treinta de aquellas primeras encapuchadas "ab experimentum" que acompañamos con enorme emoción al Cristo de los Barrios Bajos por las calles.

No sabía entonces que un par de años más tarde llevaría por primera vez sobre mis hombros a un Jesús Vivo hacia los muros del camposanto para rezar por mis muertos, escuchando los murmullos de desaprobación incluso entre mis amigos y los míos porque era una intrusa, porque era una forastera, la primera, en tierra de nadie. En la tierra copada bajo el signo de Caín, bajo el peso discutible de la tradición y los siglos, de la voz grave y los atributos de los hombres. Pero eso es parte de otra historia.

Me ejercité de cofrade como todos los zamoranos, dando mis primeros pasos en "La Borriquita", con las galas de estreno, los zapatitos nuevos y la palma en ristre, de la mano de mi madre. Después, con tres años, amaneció Jueves Santo y también mi madre me enfundó en un abrigo negro de negro paño y me echó al cuello la medalla de latón con cinta verde de seda que tantas procesiones y tantos cumpleaños me acompañó después a lo largo de los años. Aquella mañana en que me puso unos guantes blancos que me sobraban por todos los lados, unos calcetinillos de perlé blanco y una capota de terciopelo negro sobre los ricillos rubitos -no tenía pelo suficiente para sujetar una peineta- y me dió el primer beso antes de salir a las calles para debutar como Dama de la Virgen de la Esperanza. Porque todas nuestras procesiones, de niños y de mayores, comienzan en el beso de la madre y finalizan con el beso de la madre, que siempre te esperaba despierta cuando volvías a casa arrastrando los pies de puro agotamiento.

De la mano de mi prima Carmen, que tendría entonces cinco años y parecía una niña calé, y de mi tía Maruja, que era un bellezón rotundo de Julio Romero de Torres con su cara morena enmarcada en la blonda negra, cumplí mi primera procesión, con las mejillas ateridas por el frío y el orgullo inmenso de saber que la Virgen me sonreía. Y así, de la mano, con mis zapatitos Gorila de suela gorda y la medalla que nos hermanaba sobre el pecho, quedamos inmortalizadas en la cámara del veterano Trabanca al finalizar la procesión, con las doradas piedras de San Andrés de fondo, que aún guardan aquella primera salve chapurreada, salvada por boca de las demás damas.

Y fue mágica aquella mañana en que se quemó mi humilde tulipa de cartón -ahora es de cristal- y pasé por primera vez el puente al lado de la Virgen del manto verde, ese manto que ahora ayudo yo a colocar con mis manos en vísperas de la procesión y que arropa a todos los zamoranos cuando nos acaricia mecido con suavidad y elegancia por sus cargadores.

Dos años después vestiría el luto acompañando a la Soledad, la Virgen a la que todos en mi familia fuimos presentados nada más nacer, porque mi abuela vivía puerta con puerta con la iglesia de San Juan durante más de medio siglo, en aquellos balcones que fueron privilegiados miradores de las procesiones, sentada sobre su regazo inmenso y generoso.


Forrada de ropa, con no sé cuántas capas bajo el abrigo de lana gorda que me tejió mi madre en poco más de un día. De luto riguroso y con la carita lavada; de luto sencillo, sin necesidad de los actuales hábitos estrafalarios que han matado la luminosidad que conformaba el cortejo que acompañaba a nuestra dulce Soledad. La Virgen de las manos enlazadas y rostro hermoso que ya de niña me provocaba lágrimas de emoción cuando la veía asomar bajo el rosetón románico. La Virgen ante la que formábamos mis primas y yo como un pequeño ejército año tras año. La misma que bendijo bautizos, sacramentos, duelos y amores entre los de mi sangre y que contempló los primeros juegos y las primeras sonrisas de mi padre y sus cuatro hermanos, niños de posguerra que jugaban entre los pasos y se hicieron mayores a los pies de su altar.

Y aún pasarían dos años más hasta que pudiese salir al lado de Nuestra Madre. La madre de las madres. La que enciende en amores la noche del Viernes Santo. Era la puesta de largo, porque hasta ese momento las procesiones de la noche estaban prohibidas, era muy tarde. Pero salir en Nuestra Madre era hacerse cofrade con todas las de la ley. Supe entonces del dolor y la decepción, cuando en San Vicente se decidió suspender la procesión ante el aguacero que caía y yo tuve que volver a casa de la mano de mi madre, con mi velita sin encender y las lágrimas inconsolables de los niños, que siempre lloran de verdad.

Después llegaba la mañana de Resurrección, en que Cristo sube por la cuesta de mi casa mientras lo esperábamos en el balcón y descansa al pie de los tilos mientras los cofrades desayunan churros y aguardiente en el patio, cuyas piedras abren el tiempo de los charros y las jotas. Mi madre nos endomingaba de nuevo para incorporarnos desde casa a la procesión, la primera romería de Pascua, que finalizaba con la algarabía de la bajada de Balborraz con marchas de gloria y el sonido de la flauta y el tamboril declarando abierta la primavera.


Ahora ha pasado el tiempo y han cambiado tantas cosas, que daría un mundo por volver a esa Semana Santa en que yo pensaba que los días eran santos de verdad, que todo el mundo se hermanaba de verdad y que las virgenes de espadas no eran de puñales y traiciones. Pero he visto tanta mezquindad, tanto polvo sin barrer acumulado en sus rincones, que ahora sé que esa semana de pasión sólo la santificamos los niños con nuestra mirada limpia. Y creo en el futuro cuando veo pasar pequeños cofrades que no levantan un palmo del suelo y llevan ya su crucecita de madera en la Congregación.


Creo porque veo bebés en brazos de sus padres estrenándose en la fila, haciendo penitencia sin saberlo. Y sus sonrisas y su sueño plácido son la continuidad de todo lo que nosotros hemos ido dejando atrás. Y quiero pensar que a las niñas que ahora llegan al mundo alguien les explicará en tiempo pasado que hubo un día en que a las mujeres nos cerraban las puertas sólo por nacer mujeres. Y yo les contaré cómo nos apostamos en esa puerta para abrirla tímidamente, cómo lo peleamos, cuánto cuesta algo tan simple como ponerse un caperuz y hacer de la noche el silencio.

Sigo sin poder vestir la túnica de La Congregación; de mi Congregación. Siguen sin explicarme por qué no puedo cargar con la Virgen de los Clavos o con el Nazareno, hombro con hombro con los míos. Sigo compilando fotos abrazada a mis amigas -siempre las mismas, más de veinte años compartiendo silencios- antes de hacer la penitencia bajo el caperuz o con la mantilla, sumando años. Sigo huyendo de quienes prostituyen todo lo que tocan utilizando en falso en nombre de Dios. Sigo buscando el anclaje de mi infancia para creer que los Cristos y Vírgenes a quienes rezo a mi manera son carne entre la carne a quienes aprendí a besar desde niña.

La pequeña Lucía, la siguiente generación, me lavó el alma cuando con sólo tres años la llevé conmigo enlutada alumbrando a nuestra Soledad, aprendiendo su primera procesión, la que nunca se olvida. Quizá ella dentro de muchos años hable de la seguridad cálida que le trasmitió mi mano en esa primera noche, como hablo yo ahora de la de mi tía, cuyo tacto aún guardo en la palma de mi mano. Y de su primera mañana de Jueves Santo, en que nevó y cayeron chuzos de punta mientras la Virgen subía por Balborraz y todos nos mojábamos bajo la misma lluvia. Y cómo la peineta se me escapaba entre su pelo suave; y cómo le sobraba guante por todos los lados. De momento, me conformo con encontrar en esos ojos que se abren a la vida la misma emoción, la misma ilusión y la misma admiración que brillaban en los míos cuando tenía su edad.

Y mi Semana Santa reside ahora en los recuerdos y la certeza de que en las aceras nos hacemos de nuevo niños entre los niños. Y que cuando acudo cada Jueves Santo al lado de la Esperanza, la Virgen me sonríe como lo hizo hace ya tantos años, porque encuentra un resquicio de la niña que fui cuando me emociono contemplándole el rostro, cumpliendo a su lado un año más y compilando soles, lluvias, penitencias, silencios y lágrimas en la cinta verde de la vieja medalla que ya no me pertenece porque se la entregué a mi corazón y sé que ahí debe quedarse. Y quiero seguir siendo niña para santificar estos días que sólo el amor salva.
Nadie podrá quitarme nunca, como a tí Roberto; como a tí, Tomás; como a todos los que nacimos cofrades de una u otra manera, esa ilusión primera que es la que nos mueve, nos acerca y nos abriga el corazón tantos años después. Por eso nuestra semana sigue siendo santa.


Ana.

viernes, 15 de junio de 2007

Te he echado de menos

Hubo un año en que no crucé el Duero el Sábado de Dolores como solía, en que no cambié la Tierra de Campos palentina por mi Salamanca en vísperas de fiesta. Un año en que no me salté las clases del Lunes, del Martes y del Miércoles que yo santificaba aguardando procesiones de noche mientras recorría las iglesias por la tarde de la mano de abuela Carmen. Por eso aquel año la llamé por teléfono y no me resistí a decirle que no aguantaba más, que en Carrión había procesiones pero las señoras iban con abrigo de pieles y yo lo que quería era tirar de la capa a los capuchones, alargar mis manitas en busca de sus guantes blancos y a veces obtener el premio de un caramelo por mi osadía. Que no estaban mal aquellos caballeros ataviados con su capa de paño, castellanos recios y dolientes, ni esos bellos pasos con sabor a ermita, pero que al niño salmantino lo que de verdad le entusiasmaban eran los barquillos del Jueves Santo y los "catorce pasos" que él sabía perfectamente no eran tantos pese a las cuentas que echaban los otros niños en las aceras. A la abuela Carmen había que suplicarle por teléfono que fuera el último año de ausencia, que el nieto disfrutaba asomándose curioso al ventanal enrejado de la carrionesa capilla de la Vera Cruz, adivinando tras los cristales al Crucificado, al Sepulcro, al Huerto de los Olivos, al Atado a la Columna, a la Virgen... muchas tardes al año, cual museo de recuerdos a media luz, pero que si había que elegir verja a la que arrimarse se quedaba con la de la cárcel y si tenía que optar por una Vera Cruz apostaba por la del Campo de San Francisco de muchas meriendas de Lunes Santo. Que Carrión seguramente era y es maestra de procesiones y las vive como pocos lugares, desde el Corpus hasta el Carmen, de la Virgen de Belén a San Zoilo, pero que por mucha Piedad de Gregorio que saliera de las Claras, yo era y soy muy de pueblo para todo y muy de Salamanca para sacar los pasos a la calle y esperarlos en las aceras. Siempre en las mismas aceras. Casi en la misma baldosa. Arriba del todo del Camino de las Aguas, frente a la puerta de la Clerecía, mirando a Tentenecio, pegadito al arco de Paulino... El mismo rito, la misma vida. La repetición de la historia, que se rememora y se rehace, y se tranforma inmutable, y se cambia eterna. Y se enriquece con nuevas manos de las que ir tomado, porque abuela Carmen debe hacerlas llegar con el mismo amor con que me tapaba las orejitas al llegar los tambores, o con que remitía a un mocoso como yo cuando le preguntaban por el recorrido unos turistas y yo acababa diciéndoles hasta quién y cuándo hizo el Cristo de aquel desfile, o con que me compraba cuadernos de cuadrícula para mis "semanas santas" inventadas y mis versillos primeros, o con que me trajo aquella mañana de Lunes de Pascua el libro de Javier Blázquez para endulzar mis amargas vacaciones post-procesiones y no me separé de él hasta regresar a Carrión... Con el mismo amor con que fuimos una tarde de febrero a las Esclavas para vestirme de azul y blanco y ser yo el que alargase mi mano a los niños en la acera, y que fuera mi capa la tocada por ellos en la caricia de quien nunca quiere faltar a su cita de cada primavera. Confío en que siempre estaré contigo aunque no estés.

Tomás

jueves, 14 de junio de 2007

De pequeño

“De pequeño me enseñaron a querer ser mayor, de mayor voy a aprender a ser pequeño…”.

Esta frase no es mía pero la suscribo muchas veces en la vida. Pertenece a una de mis canciones favoritas. Y si comienzo con ella, es porque hoy os traigo un reto a medio camino entre la nostalgia y la ilusión de la infancia. Os propongo volver a nuestro pasado, al tiempo en que descubrimos nuestras procesiones, nuestros Cristos y Vírgenes, los estandartes y las marchas procesionales con la mirada de un niño. Porque hoy me apetece contaros cómo vivía la Semana Santa de pequeño sin siquiera formar parte de ninguna cofradía.

En mi caso no nací cofrade, si no que me hice. Mis padres no acudieron a apuntarme a ninguna cofradía recién bautizado así que yo solito fui poco a poco dándole forma a un aspecto de mi vida del que cada día estoy más orgulloso. Lo bueno de hacerlo así es que es uno mismo el que toma la decisión de formar parte de este mundo y sobre todo qué cofradía hacer tuya. Y sé que acerté. Pero hoy no os voy a contar mis primeros años como cofrade, sino mi andadura en las aceras.

Recuerdo cómo mi hermana y yo hacíamos a mis padres llevarnos a ver todas las procesiones, de las que nos sabíamos programas e itinerarios de memoria. Veíamos La Borriquilla después de misa, con el ramo y alguna prenda a estrenar, mientras que el Perdón era pasar toda la tarde en Jesuitas y buscar cuál era el preso liberado. Lunes, Martes (nunca logré ver la promesa del Silencio) y Miércoles aburría a mi madre por Compañía porque me parecía el mejor sitio para verlas. Sí recuerdo ver salir la Agonía Redentora de la Catedral en silencio y a oscuras. Después, el Jueves, veíamos a la Seráfica en el centro, con pipas y gusanitos en primera fila junto al resto de niños mientras los padres nos guardaban las espaldas. Más tarde corríamos a ver a los del Arrabal a la Catedral, para ir después a Anaya a ver soltar las palomas y correr otra vez mientras se recogía la Seráfica.
Nunca ví a la Dominicana de noche -prometo sacar fuerzas algún año para ver la salida-; nunca supe diferenciar si era andaluz lo que veía o no, quizá porque siempre me entretuve mirando a los ojos directamente a sus imágenes para sentirlas tan mías como el que más.

El Viernes Santo por la mañana era para presenciar el Descendimiento, hacer las Estaciones, y así poder ver los pasos en sus iglesias, ya que por la tarde me cansaba y no podía verlos bien entre tanto jaleo. Al menos siempre supe distinguir el “culocolorao” del “bocarratonera”, que Huerto y Veracruz eran cofradías distintas aunque primas hermanas, si bien me costaba distinguir a los “morados” entre tanta fila y tanto “pueblo” sin hábito. Llegar a la Soledad tenía su mérito, y más ver toda la procesión entera, pues no recuerdo ningún acto para aliviar la espera. Ver al Liberación por primera vez bajar San Blas, de recogida a casa y sin saber ni que existía impacta a cualquier niño, al igual que su traslado el Viernes de Dolores en el interior del cementerio. Y desde el balcón de casa podía ver Vía Crucis y Silencio; quizá por ello siempre las veré con otros ojos.

La Resurrección era otra procesión larga pero entretenida viendo hábitos tan diferentes y con tanta alegría. Era un día de pena en cierta manera, porque se acababa todo. Pero era sobre todo de emoción porque Cristo había resucitado. Y qué bonito es nuestro Jesús. Me lo parecía entonces y me lo sigue pareciendo.

Así me la enseñaron, así me la aprendí y así me la inventé. Me educaron para que sólo permaneciera expectante en silencio durante las procesiones que pasaban ante mí, compaginándolas con cultos y oficios. Nadie me dio una enciclopedia para referirme lo que veía, si eran carrozas, mesas o tronos, estandartes o bacalaos, banzos o costales. Tampoco me enseñaron a criticar músicas, flores o indumentarias. Nadie me enseñó que las Vírgenes fueran señoras o reinas ni que hiciera mal por llamar a los Cristos con diminutivos por su pelo o su cara si ese mote salía del corazón. No me aprendí apellidos con los que tener que dirigirme a nadie por muchos años y méritos (que no los niego) que tuvieran las caras visibles de cada hermandad, ni por supuesto quise saber que nadie fuese más que nadie por edad o cargo.

Muchas de estas cosas sigo sin querer aprenderlas, tal vez porque en la ignorancia esté la felicidad. Lo bueno fue que nadie me enseñó que lo mejor de todo esto no eran los Dioses de madera con los que cargamos una Semana, si no que eran esos dioses de carne y hueso con los que compartimos pasiones el resto del año y de vida. Esto lo aprendo a diario y me encanta que sea así. Por eso hoy he querido retaros como un niño, jugando a que recordéis esos días y nos los contemos unos a otros. Que cuando vuelva a entrar en vuestros blogs me encuentre una nueva entrada titulada “De pequeño…” y si no, utilicéis este “Todos por igual” para que empiece a ser la casa de todos.

Sería genial que esto no se quede aquí, si no que aprendamos a ser pequeños y cuando llegue Cuaresma la recordemos, la vivamos, la miremos así: con los ojos de un niño. Yo voy a aprender a ser pequeño, vaya que si lo voy a hacer, y sé que no será nada fácil. Y aunque en las reuniones de nuestra querida Junta de Cofradías me recuerden que ya estoy más feo y más calvo, la ilusión del niño que pervive en mí nunca me la quitarán.

Roberto.

sábado, 9 de junio de 2007

Hay un Corazón que late

Capilla de la Vera Cruz. Las nueve menos diez de la noche del Lunes Santo, tras una tarde de nubes amenazantes, de cardos por plantar a los pies del Cristo que duerme y sonríe, de plegarias a la Madre ensimismada en su Amargura... Se hace hueco en el bullicio de los capuchones a medio poner y los ciriales recién encendidos la voz de la madre Inés, que parece más dulce que otras veces. Se hace un hueco de silencio, de víspera y envío, de mirada a los adentros azules de cada corazón. Hay un Corazón que late, que palpita en el Sagrario, un Corazón solitario que se alimenta de amor. Es un Corazón paciente, es un Corazón amigo, el que habita en el olvido: el Corazón de tu Dios. Late vivo y fuerte y se hace pulso de vida nueva en corazones que se le ofrecen en alimento, que prometen nunca más olvidar su amistad y su paciencia de Dios latente y palpitante. Nos acabamos de anudar por siete veces el cíngulo mientras no deja de llamarnos el Corazón abierto que llama a todas las puertas, que en todos los rellanos aguarda respuesta y a todos vuelve aunque no hubiera sitio en la posada. Es un Corazón que espera, un Corazón que perdona, que te conoce y que toma de tu vida lo peor, que comenzó esta tarea una tarde en el Calvario y que ahora, desde el Sagrario, tan sólo te pide amor. Lo pide con la voz de quien se abandona en corazones débiles, y por eso es más hermoso su abandono. Con voz de cruces a cuestas elevadas hasta el cielo de una tarde como ésta, de cardos y plegarias, de nubes negras más que grises, de perdones sinceros porque no sabíamos lo que hacíamos, de amores inmensos hechos beso en cada latido. Decid a todos que vengan a la fuente de la vida, que hay una historia escondida dentro de este Corazón. Decidles que hay esperanza, que todo tiene sentido, que Jesucristo está vivo... ¡Decidles que existe Dios! Que vengan, que se unan a nosotros, que se vistan del blanco y del azul de la Madre para llevarle en nuestro corazón junto a la historia escondida de su Corazón vivo y sagrado. Que surquen con nosotros la Catedral entera en procesión de cruces, de espigas y racimos, como si esta noche fuera un Corpus Christi regalado, porque tres lunes hay en el año que refulgen más que el sol... Que vengan con alegría a beberle y a degustarle, a contemplarle de rodillas alabando su manantial de esperanza redonda y perfecta. Porque además de latir, vive y sonríe, nos sonríe, desde el principio de los tiempos. Existe, claro que existe. Existe y vive de amor. Y cada uno de nosotros es la corazonada de sus horas de espera en el Sagrario.

Tomás

miércoles, 30 de mayo de 2007

La Sonrisa de Dios

Queridos dos:
Me toca a mi retomar este blog a tres, este orgullo de ser el fiel de una equilibrada balanza, de saberme resguardada por la fe y las flores, por la prosa, la poesía y la ternura; por este sentimiento que nos une.

Cuando me invitaron a ser la una de esta trinidad no me lo pensé: me apetecía, me encantaba, me sentía en casa. Después me arrepentí y me sentí una intrusa. Y después enseguida me reafirmé: quería estar aquí, quería ser una pasión más entre estas pasiones. Qué más da que sea aquí o allá, que sea en Zamora o en Salamanca, si el corazón es viajero, si en sus mapas no existen fronteras, si no podemos levantar muros en todo aquello que venga en nombre de Dios.

Somos los hombres los que lo mangoneamos y lo ensuciamos, somos nosotros los que no respetamos el valor sagrado que encierra todo lo que compartimos: la oración de puertas adentro, el rezo bajo el caperuz, el sudor abrazando la madera, la emoción de la procesión cumplida o el valor del gesto, de algo tan pequeño, tan sencillo, como depositar un beso a los pies de un Cristo que duerme. Y nosotros, esta familia de tres con todas sus ramificaciones, somos otra cosa.

Al uno, al que transita la vida con su bata blanca como una bandera de la esperanza, le debo la serenidad de su fe inquebrantable, el valor de sus silencios y de sus palabras. La cordura sin fisuras de su bien amueblada cabeza. El nombre de los días, el valor de una noche inolvidable en la que un hombre susurraba a las petunias y nosotros le sosteníamos haciendo hermandad bajo las estrellas. Por eso le pedí que rubricase mi ingreso en la Vera Cruz, que me dejase ser una entre los suyos. Y aquí me quiero quedar. Por su honestidad, por su limpieza, por su testimonio.

Al otro, al que fabrica flores, le debo mil pensamientos y las noches mágicas en que el corazón alza el vuelo. La sonrisa de cada día, la que me pone en pie en estos días de carencias de hierro, pero ricos en alegría, que es nuestro mayor tesoro. La certeza de que existe un Dios que nos abraza desde la Cruz, que compartimos con todos y que sentimos nuestro.
Por eso también quise que fuese mi aval en este cheque de ilusión a fondo perdido. Por eso quise traspasar de su mano las puertas de la que ya es mi hermandad. Y sé que quiero soñar mil procesiones un pasito por detrás de él para aprenderme sus caminos o quedarme simplemente a su lado y descubrirlos sin decirle nada.

Son mis dos compañeros de viaje; son mi suma; son mi espejo. Y me encanta que sean ellos quienes me lleven de la mano por los latidos de las viejas piedras, por la historia de cinco siglos, por la amistad, por el amor. Cada uno a su aire, pero todos a una. Y me encanta que sean ellos quienes me ayuden a descifrar los escritos en la piel que atesoráis a orillas del Tormes, y que tengamos correspondencia de ida y vuelta. Calle arriba y calle abajo. En el número dos de la calle de Abajo siempre. Duero subiendo y Duero bajando. Nuestros dos ríos, que son el mismo agua.

A los demás, os dejo aquí abiertas las puertas. Las del corazón y las de todo lo que tenga que venir. De eso se trata. De construir, de conocernos, de completarnos, de enriquecernos, de compartir y de seguir avanzando. De hacer santos de verdad los días, de bendecir las noches, de alimentarnos de compañía y lograr que sea cierta la sonrisa de nuestro Dios Dormido, que seguirá iluminando al mundo cuando nosotros ya no seamos nada.

La una (a secas).

jueves, 24 de mayo de 2007

...y del Espíritu Santo

Tres eran tres. Tres fueron en un principio, ahora y siempre. Tres como quienes nos hemos aunado, todos a una, y todos por igual nos hemos echado al ruedo de un triángulo de palabras salidas del corazón. Declaradas las intenciones, me atrevo a romper el hielo de la tensa espera. Echo a pelear el frío de la incertidumbre con un fuego abrasador en forma de paloma, en forma de Cristo gótico llegando por caminos largos y abiertos hasta su iglesita. Caminos de huerta y de arrabal hoy asfaltados, serpenteantes en la noche del Viernes de Dolores zamorano, como antesala del Pentecostés prefigurado en el Hijo sufriente.

Atrás dejaba oraciones salmantinas con la Madre mirando al Padre, plegarias hechas vida con la lluvia, y me encaminaba en la búsqueda de la procesión de los farolillos, de las capuchas y los amigos. Yo que soy de verlas una vez e irme para casa, aquella noche seguí al Cristo hasta su pequeño templo donde tiempo atrás fue descubierto sin un brazo, y sin la cruz. Sería el brazo perdido en el abrazo que a todos nos ganó para Él. Sería la cruz puesta sobre todos nuestros hombros, para que fuese ligera la carga y llevadero el camino. Es el Cristo del soplo y de la fuerza, del misterio y de la exhalación. El Cristo del aliento último eternizado en aliento primero. Un Cristo para ser seguido y anunciado hasta los últimos confines de la Tierra, yendo de dos en dos, o de tres en tres si se tercia.

Tomás

domingo, 20 de mayo de 2007

Declaración de intenciones y presentaciones

Queridos dos:

Hará poco más de un mes los responsables de la Asociación Juvenil y Cultural Salamanca Cofrade se ponían en contacto con nosotros, uno a uno, para invitarnos a construir este blog, “un foco de unión de cofrades y amigos en el que el diálogo y la discusión sirva para crecer juntos”, dicen. Un lugar donde demostrar que aquí, y en este mundo de hermandades y cofradías cabemos con la misma voz y voto, integrando a todos, sin estar nadie encima ni debajo de nadie.

Evidentemente acepté sin pensarlo, simplemente en cuanto supe quienes serían mis compañeros de viaje. Además resulta que los vecinos son también un turista, un sanedrín y un músico que merecen otra carta posterior donde sean ellos los protagonistas y no vosotros dos como en la de hoy. El solo hecho de compartir con vosotros algo es un placer, y el que me incluyeran en esta terna, un honor y una responsabilidad. Curioso, después pensé en cómo iba yo a escribir de tú a tú con estos dos “monstruos que escriben como los ángeles” en un lugar donde integrar a todos y al que escribe, dubitativo de su propia integración.

Vista la idea fundamental de este blog y con mis dudas aparte, solo quedaba que le diésemos forma. Tipo conversación, pensé yo, y así podemos invitar a nuestros amigos. Dar a conocer esas conversaciones que tenemos para que la gente conozca como sois y lo privilegiado que soy yo por colocarme junto a vosotros en otra dimensión. Alguno dijo que en el caso de no poder escribir palabra a palabra, párrafo a párrafo, verso a verso como es nuestra intención (y como ya hemos conseguido en nuestro primer acercamiento, “Todos a una”) podríamos escribirnos unas cartas para contarnos nuestras cosas. Rompo la promesa que os hice de consensuar cada palabra y acepto la forma de epístola para daros a conocer y presentaros.

A el “uno” no sé cuánto hace que lo conozco, tal vez ya coincidimos en nuestra capilla en otra vida pasada. Sé que la primera vez que me fijé en él fue en una de esas asambleas anodinas y sin sustancia (gracias a Dios que lejanas quedan ya!!) en la que un jovencito esperaba educadamente el turno de ruegos y preguntas para sugerir un par de cosas y dejaba por el suelo las voces y discusiones que le precedieron. Después la casualidad nos situó en la anterior junta de gobierno, tal vez demasiado inmaduros pero quizá con una inmadurez necesaria para disfrutar de la forma en que lo hacemos en la actual. Más tarde me enseñó y me enseña a diario que una cofradía no es solo una procesión, que lo importante es vivir y disfrutar cada culto fraternalmente entre todos y eso no se lo podré pagar con todo el oro del mundo. Como tampoco aceptaría ningún pago, me pongo a su lado y le ayudo en lo que sea. Supongo que si soy azul es por gente como él y que mientras quiera seguir tirando del carro, este buey le ayudará. No lo supongo, lo sé.

A la “una” la conozco hace poco aunque también me parece que la conozco de toda la vida (a ésta sí que le pega “la una”, de única). No la conocí ni por su nombre ni por sus apellidos, la conocí a secas. Bendito messenger y bendita Almatosa, le debemos una peregrinación. Tal vez también coincidamos en nuestra capilla en esta o en otra vida. Tampoco lo supongo, también lo sé. Viendo mi incultura con la ciudad vecina le pedí una vez que me enseñase su Semana Santa y me la escribió en la piel. Yo sólo le enseñé al Doctrinos y ahora se lo quiere quedar. Otra que anda sobrada de fe y nos la manda a todos con sus palabras. Decía que se siente una intrusa en un blog charro. Qué tonta; menos mal que no se siente intrusa en nuestros corazones. Sin darse cuenta ha pasado de dejarse pintar al alma de azul a coger la brocha y pintarnos a nosotros. Y os aseguro que no es lo mismo que pinte un pintor de brocha gorda a que lo haga un artista.

“La fortaleza de una cadena se mide por la resistencia de su eslabón más débil” escuché hace poco. Este soy yo, el dubitativo, el tercero en discordia. Dicen estos dos que tengo poesía pero que sólo se la susurro a las flores que fabrico. Mientras uno me cuide el cuerpo con su bata blanca y la otra me cuide el alma con sus escritos no me sentiré ya un eslabón débil. ¿Cuál es mi misión aquí? Supongo que ponerle un espejo a estos dos y que nos hagan disfrutar con lo que escriben sobre Semana Santa y de todo en general. La cosa es compartir algo con vosotros… y con todos. Pasad hasta la cocina. Fácil es mi cometido, no me quejo.

Yo me pasaré a buscar a nuestra gente para que nos ayude a escribir aquí. Una de las primeras paradas os la imagináis. Seguro que allí me encuentro a nuestro presi, no tengo duda de dónde tengo que ir a buscarlo. Allí estará con más gente que “si no existiese, la tendríamos que inventar”… pues como a él. Fijo que allí me encuentro con “su delfín”, diciendo lo que aprende de nosotros a diario mientras nos considera ya de su familia, “sus titos”. Otro tonto que tampoco se da cuenta de que pinta con brocha fina. También me traeré al músico, el alfa y omega de esta historia… y a los “hermanos fotos”, que tengo varios, y seguiremos ruta por Tejares, por Vega de Tirados, por las luces de farol zamoranas, por los papones y los costaleros… y por donde me quieran llevar estos dos. Que elijan ruta ellos y yo me comprometo a poner la gasolina. Bonita misión.

Quedáis presentados, el “uno” y la “una”. Solo me queda firmar:
El que suma tres.