Para que no hubiera más cruces en el mundo, Cristo subió a la Cruz, Cristo sube a la Cruz. Esta tarde-noche la Vera Cruz celebra uno de sus actos cuaresmales, el Vía Crucis de su Nazareno, que no duerme pero también sonríe. Imagen añeja que se remonta al XVII, fermento de la congregación que luego surgiría y se encuentra hoy en San Julián. El de la Vera Cruz es el otro Nazareno, tan distinto y tan igual. El Nazareno chico que es el Nazareno padre. Para los papeles, Jesús con la Cruz a cuestas, como la Soledad de la Vera Cruz se llama de la Amargura. Este Nazareno tiene sombra que arropa y, siendo sombra, ilumina. Se proyecta allá donde puede, donde la dejamos: sea un monte de claveles rojos, sea una blanca pared de palacio episcopal convertido en sala de exposiciones. Pero la sombra prefiere cubrir con su aureola la ilusión de un Jueves Santo en la mañana soleada, o el llanto de un Viernes Santo en la tarde lluviosa. El Nazareno nunca sabe cuándo saldrá a la calle a extender amorosamente su sombra de paz, porque nunca se sabe a qué hora se entierra a Cristo en esta Salamanca. Por esto, no pierde la oportunidad de asombrarnos, de pintar la silueta de la calle de la amargura poniéndose a nuestra altura para ser reflejo de lo alto. Para que no hubiera más muertes inocentes, Cristo murió en la Cruz, Cristo muere en la Cruz.
Tomás, con dos que conmigo se ponen a la sombra del Nazareno
(Fotografía tomada por Jesús López en la exposición "Lignum Crucis", octubre 2006).
(Fotografía tomada por Jesús López en la exposición "Lignum Crucis", octubre 2006).