jueves, 19 de julio de 2007

Causas perdidas

Siempre me atrajo lo diferente, lo curioso, lo extraño, lo perdido, lo imposible.... Me encantan aquellos que defienden sus ideales sin imponerlos. Me llevan a seguirles. Los que sienten y comparten sus argumentos sin venderlos. Les doy la razón de antemano. Los que luchan por lo que creen aunque nadie les crea. Me gustaría imitarles. Los que conocen sus límites y los superan día a día. Me motivan a empujarles. Los que celebran sus victorias en silencio y lloran sus derrotas ante los ojos de todos. Me pondría en ambos casos a su lado. Los que se sienten pequeños cuando el mundo les viene grande. Les abrazo, sin más. Los que detestan el conformismo y lo sustituyen por ilusión y superación. Me obligan a quererles.

Nunca me llamaron la atención las mayorías, y menos los “porque sí”. Siempre me sentí próximo a las minorías, y más a las conocedoras de su derrota a pesar de tener las mejores y más nobles causas. Odio la inercia y el que todo se haga porque siempre se hizo igual. No me identifico con los revolucionarios que resuelven las cosas a su antojo. Tampoco con quienes se hacen pasar por abuelos para contarnos mil batallas. Ni con los que se piensan insustituibles o más que nadie por llevar más tiempo aquí. Detesto ver en misa entonar el “por mi culpa” de golpe en pecho y que luego no te miren a los ojos para dar la paz. Dudo de las noticias que llegan por cauces oficiales y verificaré siempre los mentideros, aunque me ría de ellos, aunque se rían de mí. No mataré nunca al mensajero, aunque una colleja a veces le sentase bien. Haré oídos sordos cuando lo estime oportuno sin dar nunca explicaciones a nadie. Volveré a explicar lo inteligible para que vuelva a quedar claro.

Nunca me gustaron las películas facilonas con final feliz y menos si salía una bandera con barras y estrellas salvando al mundo. Si volviera a nacer, sería colchonero, sin duda. Si cantara, supongo que sería cantautor de voz rota con mil historias tristes que contar. Si soñase, me tomaría mi tiempo para estirar las noches y levantar fábricas de techos transparentes. Y que dominen países exóticos los medalleros del mundo, por favor. Siempre me gustaron más las hamburguesas de casa o del bar de la esquina porque no empezaban por Mc. Los zapatos planos antes que los de tacón. Creo que los electrodomésticos del bazar de mi calle funcionan mejor que los del centro comercial. Aunque mi voto sirviese de algo, tampoco votaría a uno ni al otro lado; son todos iguales.

Quienes piensen que me he confundido de blog y no hablo de Semana Santa, por favor, que dejen de leer aquí. Quienes crean que intento fundar una religión o una corriente filosófica y pretendan seguirme, que también se vayan. Quienes se hayan identificado con algo, que además de leer me corrijan y de paso dejen aquí sus porqués. Esta entrada va sin fotos. No hay ningún Cristo o Virgen que nos acompañen. Las fechas aconsejan dejarlos en capilla. Si alguien los necesita, que acuda a verlos allí. La Semana Santa es eso: una semana, siete días que hacemos santos. Y punto. Lo demás somos nosotros, es el mundo imaginario que nos creamos, que soñamos porque lo necesitamos para vivir; quizá porque sea más real que el día a día que tenemos establecido. Y dar más vueltas sobre lo mismo puede ser dañino para la salud. Casi será mejor hibernar en verano. Cerrar el chiringuito para cargar las pilas y volver más fuertes y comprometidos.

Pero hoy tengo la sensación de no sentirme solo, de que vuestros “De pequeños…” me han servido para ver que somos iguales. Me sigo sintiendo un poco extraño, en cierta medida un bicho raro en este mundo, al igual que vosotros. ¿Qué hacemos aquí? Cualquier persona ajena al mundo de las cofradías nunca nos entenderá, y me da la sensación de que otros sectores de la misma Iglesia tampoco. El “fraternal despelleje en Cristo” del vecino turista hace reflexionar si no estaremos en tierra de nadie. Nos da igual, nuestra isla no precisa de medicinas para curarnos, no las necesitamos. Llegará un día en que un buen doctor en ciencias sabrá descifrarme el genoma humano. Intuyo dónde estará situada la pasión cofrade, qué cromosoma compartirá. Alguno se asustará, pero este sentimiento va asociado a otros rasgos que sólo la ciencia sabrá explicar pero nunca entender porque van parejos. (“Frikis del mundo, uníos” que diría el otro). No sé si estamos jugando, o apostando por algo con pinta de derrota asegurada, pero da igual. La causa lo justifica. El futuro además es nuestro, verdad? O tal vez no seamos conscientes de que esto se desmorona y nos aferremos en levantar esa pequeña isla en la que estamos seguros. Y se desmorona o permanece a salvo por nosotros, lo llevamos escrito en la piel. Aún así, pienso que merece la pena, no?

Siempre admiraré a los batalladores que se pongan frente a cualquier causa que salga de su corazón. Me ocurre con mis otros dos cuando son más papistas que el papa; cuando se empeñan en hacer oídos sordos a sus cocos privilegiados y siguen los dictados de su corazón. Cuando dejan de razonar. Me encanta Tomás cuando ve al alto clero de nuestro lado. Me encanta ver a Ana poniendo sus espaditas en la calle. También lo hacen quienes día a día cogen un trozo de madera humilde e idean el mejor de los tronos para el mejor de sus dioses. O aquellos que nos prestan sus ojos detrás de la cámara: el que en Salamanca sigue llamando por teléfono con la misma ilusión de cuaresma o el que desde Zamora se asoma a mi ventana vía internet buscando buenas nuevas. O el que habita en dos hogares, aunque uno sea trasatlántico. Y los que rezan aquí y allí, haciendo verdad que Salamora existe; el que busca carrera universitaria sin prisa pero sin pausa, el que trabaja en verano para poder hacerse presente en cuaresma, el que oposita a dos contra casi mil… y los que me dejo soñando en el tintero.

No somos tan pocos. Al final no vamos a ser minoría; a ver si no vamos a perder, incluso nuestras causas perdidas. De todas formas, yo me apunto a arriesgarme con ellos. Si alguien quiere apostar, que lo haga por nuestra derrota. Da igual. También llevamos en nuestros rasgos esta rareza.


Roberto

lunes, 2 de julio de 2007

De pequeños

Escribo esta carta sabiendo que no se si voy a mandarla. o no nací cofrade, es mas creo que nunca he vivido la Semana santa como lo vengo haciendo estos últimos años.
Cada año, cada nuevo curso, todas la vacaciones de Semana Santa me marchaba al pueblo, allí asistía a los oficios y al resto de los poquitos actos que había y hay, de la mano de abuela, que fue quien me enseño mi primera oración. Cada domingo de Ramos veníamos a ver a “la Borriquita”, nos encantaba verla desfilar por la Rua, para mis primas y para mi era un domingo especial.

Pasaron los años, y cada Madrugada del Jueves Santo veníamos para ver a la “Virgen” como decía la niña, nuestra niña, que con nueve añitos nos dejo una mañana de noviembre. Ese mismo año, cuando llegue a casa, tenia una nota pegada en el teléfono, una nota de papel cuadriculado, escrita a bolígrafo con caligrafía de niña llena de tachones y flores volando pintadas de color rojo, (la tengo guardada como en gran tesoro) y decía tal cual os la escribo:
“Marías, no se te olvide que hoy tenemos que ir a ver a la virgen “

Fue la ultima vez que la vio. Después la vida me jugo otras malas pasadas, deje todo esto de un lado. Tuve unos años de flaqueza, pero ya ven, siempre hay tiempo para rectificar. Y cosas de la vida. ¿Quien me diría que sería cofrade? Cofrade de los azules, los que nunca había visto, los que no sabia que existían, procesión que nunca vi ni un Lunes Santo, ni el Viernes………Nunca había entrado en la capilla, pero siempre escuche decir a mi padre que cada vez que pasaba por allí entraba a rezar un padrenuestro. Mi padre no era de iglesias pero ya ven cosas del destino, sus dos hijos, forman parte de esta GRAN FAMILIA DE AZULES, y cada tarde de Lunes Santo, Viernes y Domingo de Resurrección sabemos que desde alguna parte esta echándonos una mano.

No les puedo contar mucho más, espero que mis descendientes puedan algún día escribir y contar más anécdotas que yo. Un beso a todos y gracias por estar ahí.

Estela



Todo comenzaba 40 días antes con el manchurrón de ceniza en la capilla del colegio tras las “mini vacaciones” de carnaval. La cuenta atrás se ponía en marcha pero 40 días eran muchos, eran muy largos…
Durante 40 días los caminos matinales al colegio eran monotemáticos y semanasanteros con Álvaro, un chico de mi clase. Era en esos 15 minutos cuando soñábamos y hacíamos cuentas de los años que nos quedaban para abrazar los banzos, las procesiones que íbamos a ver, lo que descubríamos, lo que nos quedaba por aprender...
Era en cuaresma cuando Catalina, mi profesora, andaluza y monja, nos ponía en clase grabaciones de la radio de la salida de “su Virgen” que creo que era la Virgen de la Victoria, era entonces cuando la imaginación saltaba de nuevo y volvía a hacer de las suyas. Era también con ella con quien hacíamos pasos con cajas de zapatos y organizábamos una procesión por el pasillo del colegio, con cruz de guía y todo, eso sí, mi paso siempre a ruedas e incluso con el motor de una locomotora para que se moviera solo. ¡El mío sí que molaba!
¿Pero cuanto faltaba para que comenzase? Mejor no pensarlo…
El tiempo pasaba y cada vez quedaba menos, y ver a la Dolorosa en su paso para la novena significaba que quedaba muchísimo menos. La Semana Santa estaba allí, casi si podía tocar. Siempre me impactaron las espadas que la atravesaban pero subida al paso, desde el final de la capilla, a los pies del Padre y de la mano de papá lo hacía mucho más. Ella, elevando sus ojos hacia el cielo, que parecían evadir el dolor mirando por aquella ventana, rodeada por los faroles que sabe Dios si volverán y de fondo el canto fino de la monja al órgano que decía algo así: “Madre llena de aflicción, de Jesucristo, las llagas, grabad en mi corazón…”se grabaron en mí y llegaron a lo más profundo. Casi sin darme cuenta. Casi sin saberlo.
¿Papá has cogido el programa? ¿Papi a qué hora vamos a ir mañana a la procesión? ¿Papi y si no nos da tiempo? (¡Qué paciencia!)
A pesar de la larga espera el Domingo de Ramos llegó y después de la misa y coger el ramo íbamos a ver la procesión. Interminable, como siempre, pero era la nuestra, la de los niños, la de Jesús subido en un burro y ¡qué mas da que no sea de madera! Era y es mi borriquita, la de mi infancia y mis recuerdos, la del Cristo que siempre gustó a mi abuela. La mejor.
Y por la tarde a ver al Cristo del Perdón ¡en la que soltaban a un preso! ¿Quién sería de todos?
El lunes, martes y miércoles Santo, por las mañanas al colegio y por la noche a la calle. Esas procesiones eran intocables y mis preferidas. También lo son hoy. De la mano de mi padre y mi hermana, arropados por el frío de las noches que envuelven Castilla, lo más cerca de la puerta posible, la veíamos salir. Recuerdo que como cualquier niño, me impactaba ver como Jesús caminaba sobre la gente hacia nosotros, la Virgen llorando o la gente que iba descalza ¿no pasarán frío? Pensaba yo. El mecanismo para subir el Cristo de la Luz, la elegancia del Flagelado o la calavera al pie del Doctrinos eran los detalles que me gustaba seguir año tras año.
Después, ya en vacaciones, todas las mañanas daba paseos con mi abuelo por las distintas iglesias para ver los pasos. Fue en una de esas mañanas cuando comenzó mi vida de cofrade.
El jueves para mí era la Seráfica y sobre todo la Dolorosa. Enorme. También era la tarde para las estaciones, intentando ir siempre a iglesias con pasos y la Vera-Cruz tampoco podía faltar. El viernes hice madrugar a mi abuelo para que me llevara a ver la Dominicana. Un recuerdo que no se me olvidará fue ver a tres jóvenes con alguna que otra copa de más mirándome y frotándose los ojos, decían entre ellos ¡¿pero que hace un niño por aquí a estas horas?! ¡Pues que iba a hacer, iba a ver la procesión!
La de los 15 pasos si que era interminable y ¡qué frío! Los pasos a ruedas, el Rescatado, la melena de la Magdalena, los cortes en la procesión, los juegos con mi hermana a ver quién era el que tocaba la capa a más nazarenos…era lo de siempre y de nuevo Ella ¡y se le movían las espadas!
Salvo algún año que iba a ver la Soledad, mi Semana Santa se acababa aquí y pasaba hasta el año siguiente. Si no recuerdo mal, nunca vi la procesión de Pizarrales ni la del Resucitado. Durante el año solo quedaban los recortes de los periódicos para recordar esa semana, alguna que otra visita a la capilla de la Vera Cruz y los programas con los que me aprendía los recorridos de memoria. Era ahora el tiempo de pintar los pasos, de hacer recuento de las procesiones vistas, de tararear alguna marcha que me había gustado, de volver a soñar con la siguiente…
Con el tiempo la Semana Santa empezaba mucho antes de los 40 días, empezaba el domingo de Resurrección. Con el tiempo, las imágenes que veía de año en año, pasaron a formar parte de mi vida. Con el tiempo, aquellos desconocidos con los que cruzaba, si acaso, alguna mirada, fueron mis amigos y algo más, mi familia. Con el tiempo la cofradía fue mi casa.

Álvaro