jueves, 14 de junio de 2007

De pequeño

“De pequeño me enseñaron a querer ser mayor, de mayor voy a aprender a ser pequeño…”.

Esta frase no es mía pero la suscribo muchas veces en la vida. Pertenece a una de mis canciones favoritas. Y si comienzo con ella, es porque hoy os traigo un reto a medio camino entre la nostalgia y la ilusión de la infancia. Os propongo volver a nuestro pasado, al tiempo en que descubrimos nuestras procesiones, nuestros Cristos y Vírgenes, los estandartes y las marchas procesionales con la mirada de un niño. Porque hoy me apetece contaros cómo vivía la Semana Santa de pequeño sin siquiera formar parte de ninguna cofradía.

En mi caso no nací cofrade, si no que me hice. Mis padres no acudieron a apuntarme a ninguna cofradía recién bautizado así que yo solito fui poco a poco dándole forma a un aspecto de mi vida del que cada día estoy más orgulloso. Lo bueno de hacerlo así es que es uno mismo el que toma la decisión de formar parte de este mundo y sobre todo qué cofradía hacer tuya. Y sé que acerté. Pero hoy no os voy a contar mis primeros años como cofrade, sino mi andadura en las aceras.

Recuerdo cómo mi hermana y yo hacíamos a mis padres llevarnos a ver todas las procesiones, de las que nos sabíamos programas e itinerarios de memoria. Veíamos La Borriquilla después de misa, con el ramo y alguna prenda a estrenar, mientras que el Perdón era pasar toda la tarde en Jesuitas y buscar cuál era el preso liberado. Lunes, Martes (nunca logré ver la promesa del Silencio) y Miércoles aburría a mi madre por Compañía porque me parecía el mejor sitio para verlas. Sí recuerdo ver salir la Agonía Redentora de la Catedral en silencio y a oscuras. Después, el Jueves, veíamos a la Seráfica en el centro, con pipas y gusanitos en primera fila junto al resto de niños mientras los padres nos guardaban las espaldas. Más tarde corríamos a ver a los del Arrabal a la Catedral, para ir después a Anaya a ver soltar las palomas y correr otra vez mientras se recogía la Seráfica.
Nunca ví a la Dominicana de noche -prometo sacar fuerzas algún año para ver la salida-; nunca supe diferenciar si era andaluz lo que veía o no, quizá porque siempre me entretuve mirando a los ojos directamente a sus imágenes para sentirlas tan mías como el que más.

El Viernes Santo por la mañana era para presenciar el Descendimiento, hacer las Estaciones, y así poder ver los pasos en sus iglesias, ya que por la tarde me cansaba y no podía verlos bien entre tanto jaleo. Al menos siempre supe distinguir el “culocolorao” del “bocarratonera”, que Huerto y Veracruz eran cofradías distintas aunque primas hermanas, si bien me costaba distinguir a los “morados” entre tanta fila y tanto “pueblo” sin hábito. Llegar a la Soledad tenía su mérito, y más ver toda la procesión entera, pues no recuerdo ningún acto para aliviar la espera. Ver al Liberación por primera vez bajar San Blas, de recogida a casa y sin saber ni que existía impacta a cualquier niño, al igual que su traslado el Viernes de Dolores en el interior del cementerio. Y desde el balcón de casa podía ver Vía Crucis y Silencio; quizá por ello siempre las veré con otros ojos.

La Resurrección era otra procesión larga pero entretenida viendo hábitos tan diferentes y con tanta alegría. Era un día de pena en cierta manera, porque se acababa todo. Pero era sobre todo de emoción porque Cristo había resucitado. Y qué bonito es nuestro Jesús. Me lo parecía entonces y me lo sigue pareciendo.

Así me la enseñaron, así me la aprendí y así me la inventé. Me educaron para que sólo permaneciera expectante en silencio durante las procesiones que pasaban ante mí, compaginándolas con cultos y oficios. Nadie me dio una enciclopedia para referirme lo que veía, si eran carrozas, mesas o tronos, estandartes o bacalaos, banzos o costales. Tampoco me enseñaron a criticar músicas, flores o indumentarias. Nadie me enseñó que las Vírgenes fueran señoras o reinas ni que hiciera mal por llamar a los Cristos con diminutivos por su pelo o su cara si ese mote salía del corazón. No me aprendí apellidos con los que tener que dirigirme a nadie por muchos años y méritos (que no los niego) que tuvieran las caras visibles de cada hermandad, ni por supuesto quise saber que nadie fuese más que nadie por edad o cargo.

Muchas de estas cosas sigo sin querer aprenderlas, tal vez porque en la ignorancia esté la felicidad. Lo bueno fue que nadie me enseñó que lo mejor de todo esto no eran los Dioses de madera con los que cargamos una Semana, si no que eran esos dioses de carne y hueso con los que compartimos pasiones el resto del año y de vida. Esto lo aprendo a diario y me encanta que sea así. Por eso hoy he querido retaros como un niño, jugando a que recordéis esos días y nos los contemos unos a otros. Que cuando vuelva a entrar en vuestros blogs me encuentre una nueva entrada titulada “De pequeño…” y si no, utilicéis este “Todos por igual” para que empiece a ser la casa de todos.

Sería genial que esto no se quede aquí, si no que aprendamos a ser pequeños y cuando llegue Cuaresma la recordemos, la vivamos, la miremos así: con los ojos de un niño. Yo voy a aprender a ser pequeño, vaya que si lo voy a hacer, y sé que no será nada fácil. Y aunque en las reuniones de nuestra querida Junta de Cofradías me recuerden que ya estoy más feo y más calvo, la ilusión del niño que pervive en mí nunca me la quitarán.

Roberto.

8 comentarios:

Lucano dijo...

Reto aceptado, Roberto. Cuánta razón tienes al aferrarte a la ilusión y a la infancia, a esas fuentes de autenticidad que tanta falta nos hacen a todos. De nosotros los niños, por edad o por querencia, es el Reino de los Cielos, promete Jesús. De todos los dispuestos a aprender y a soñar eternamente nuestra primera procesión. Seguro que muchas veces compartimos acera, amigo.

Anónimo dijo...

Yo de pequeña quiero ser como tú ahora que eres mayor. Ser niño y ver las cosas con limpieza es fácil. Pero crecer y seguir haciendo es casi un milagro. Y ese es tu tesoro, Roberto. Seguir viendo el mundo con los ojos de un niño y ponerlo en nuestras manos así de bonito. Ojalá cuando sea pequeña pueda verlo con tus ojos de mayor, con tus ojos de niño apostado en las aceras.
Un beso.

Galongar dijo...

¡Olé, Olé y Olé!, por mi hermano "flores". ¡Qué grande eres maestro, pero no de palabra, sino lo que es más importante, de CORAZON!

Alberto dijo...

Me has dejado impresionado... Preciosas palabras. ¡Yo también acepto el reto! Compartimos la misma vivencia cofrade, ya que también yo comencé siendo hermano de acera, y hasta no hace mucho, comencé a ser hermano de fila, y hasta hace menos, de paso. Me has llegado al corazón, amigo.

Un abrazo.

rober dijo...

No creo que sea un reto fácil, pero entre todos va vereis como conseguimos formar una gran guardería en la que nos cuidemos unos a otros.

Iacobus dijo...

Recogo el guante y publico mi comentario en mi blog de reflexiones.
Saludos.

Cvlocolorao dijo...

De cofrade de acera a cofrade de acera: ¿quien me iba a decir que estabas al lado en tantos sitios como yo, y que el Resucitado nos reuniría?

Gracias por ser así.

Anónimo dijo...

Después de leer tu blog ¿dices en serio que no naciste cofrade? Lo eres desde nacimiento, solo que no lo sabías y lo descubriste tu solo, por ti mismo. Lo mejor de todo es lo que has aprendido en todos estos años, las conclusiones que has sacado: que nadie es más que nadie. No te aprendas nunca los apellidos de las viejas glorias, mira siempre hacia el futuro y sigue disfrutando de tu gente, de tus dioses de carne y hueso para toda la vida.
Seguiré leyéndote y haremos más de una procesión juntos.