viernes, 26 de octubre de 2007

Cuando llega noviembre

Ahora que llega noviembre con la memoria de los que no están a la vuelta de la esquina y el soplo de otoño desnudando los árboles, es tiempo de bajar al camposanto al Jesús de Luz y Vida.


Nuestro Jesús zamorano, siempre en pie, siempre caminando, siempre bendiciendo con las manos abiertas al mundo. A los vivos y a los muertos. A los que creyeron y nos dejaron en prenda a través de los siglos la conmemoración del misterio de la Pasión y la alegría de la Resurrección cuando llega la primavera. Zamoranos y no zamoranos, cofrades y no cofrades, penitentes en las aceras, devoradores de lunas y madrugadas, cirineos todos abrazados a la misma Cruz.


Lo llevaremos mañana desde la Catedral a la pequeña capilla del cementerio. Sin ceremonias ni boatos, sin procesiones ni comitivas solemnes, sin anunciarlo, llevándolo a pulso, casi acunándolo como quien lleva un tesoro para depositarlo en su peana de San Atilano en estos días de crisantemos, cirios y buñuelos. Tras los mismos muros donde rezamos en la noche del Sábado de Pasión cuando pasamos el Duero y lo llevamos sobre nuestros hombros para que sea consuelo de todos los que duermen.


Yo os animo a que recorráis la corta distancia que nos separa y vengáis a rezarle hasta nuestro cementerio. Porque allí cobra su significado primero el recuerdo a quienes nos legaron la Semana de Pasión; porque allí es caricia y bendición, al pie de los cipreses y las sepulturas, erguido como una bandera de la esperanza en ese terruño empapado de lágrimas y ausencias, en ese jardín de dolor y silencios donde florece la memoria de los que nos faltan. Mirando también a la Salamanca santa que reposa al abrigo de la tierra, si todos somos tierra vuelta a la tierra, si a todos nos enseñaron de una u otra forma a caminar con El.


Y aunque no sea Sábado de Pasión, mañana volveremos a sentir la misma emoción cuando lo tengamos en brazos bebiendo su mirada serena, cuando acariciamos sus dedos de madera tibios como la carne, cuando besemos su pie desnudo antes de dejarlo junto a los que queremos, que empiezan a ser muchos a medida que pasan los años.


A mí me gusta verlo allí; me gusta saberlo cerca de los míos, me mueve y me emociona cuando lo tenemos en San Atilano. Porque es la sonrisa que encontramos en la tristeza que pregona noviembre. Porque nos redacta fuera del tiempo de la Pasión nuevos escritos, nuevas procesiones en la sangre y en la piel.


Porque llena de luz y de vida los rincones oscuros donde intenta posarse la muerte.

Ana.

2 comentarios:

Lucano dijo...

Cuando llega noviembre... y en realidad todo el año. Cuando leo, veo, escucho, a Jesús de Luz y Vida pienso en San Atilano, en San Carlos, en tantos camposantos de pueblo. Hermoso homenaje el de esta hermandad y procesión a quienes un día fueron cofrades, engendraron cofrades, educaron cofrades y murieron cofrades. Porque le siguieron a Él.

Alberto dijo...

Allí lo encontramos, de pie, para darnos la bendición, para acogernos, para el abrazo del amigo, Luz y Vida de nuestra existencia.

Un abrazo.