que trae la Salvación
para todos los hombres
Ana, Rober y Tomás
os deseamos que esta Gracia llene vuestros corazones,
sobre los que se ha derramado la Buena Noticia de Belén.
El blog donde nadie es más ni menos que otros
Mientras escribo, los niños del Colegio de San Ildefonso amenizan la mañana con su cantinela que ha resisitido razonablemente el cambio de pesetas a euros y todavía conserva el encanto de chupinazo de las fiestas de Navidad. Muchos, por unas horas, ponen la oreja en lo que se canta en el salón de sorteos. No en vano, como decía aquella, "el dinero no da la felicidad pero aplaca los nervios". El dinero, ¡ay el dinero! Muchas son las cofradías, y pongo como ejemplo la papeleta de la Vera Cruz, que distribuyen participaciones para obtener algún margen de beneficio que satisfaga sus necesidades. Las necesidades, ¡ay las necesidades! En el último Pleno de la Junta de Cofradías se habló de dinero, como siempre, no desvelo nada. Es normal, es pertinente, pero es también penoso en muchas ocasiones. Volvió a suscitar en mí el pensamiento de lo artificioso que resulta el concepto "necesidad", del mercadeo de convenios y subvenciones, de la ausencia de una idea general de lo que podría ser la Semana Santa de Salamanca. Póngame cuarto y mitad de palio, arrégleme el Cristo que se me ha caído, hágame un estandarte bordado en oro, ampliéme esta carroza que se me ha quedado pequeña, págueme una banda de campanillas... Necesidades que, más o menos (...), puedo entender. También entiendo que, dados los precedentes, abierta la ventanilla, se quiera coger vez. Pero entendería mejor que no se formase cola, que todos fuéramos a una, más serios que caprichosos, pues para los nervios existen remedios más baratos.
Ya hablé de Toledo, también cofrade, hace bastantes meses pero pocas entradas (que aquí no me prodigo demasiado, y eso que soy el que más se prodiga). Hoy diré algo de Madrid, donde vivir me resultaría un tanto agobiante pero pasear de cuando en cuando me agrada, y mucho. Del Madrid cofrade conocía lo que he escuchado a Antonio y Víctor, lo leído en el difunto foro cofradiero salmantino (qué buenos hilos ya cortados habíamos entretejido), lo profusamente expuesto en el libro de Guevara y Rivera que muestro a la izquierda y hace tiempo presté, algún minuto de gloria en Telemadrid o en youtube, una procesión de la Paloma el 15 de agosto de 2004 (regada con la "santa limoná") y una breve visita a Jesús de Medinaceli horas antes de apostar por formarme
... más cruces en el mundo, Cristo subió a la Cruz, Cristo sube a la Cruz. Esta noche, cuando el Santísimo bendiga a los allí reunidos con su amoroso vuelo, mientras el eco de las esquilillas y el humo del incienso trepen hasta el corazón de la cúpula, la capilla dorada contemplará cómo baja de su trono el Cristo que duerme, sonríe y nos abraza. Porque así sube Dios: bajando. Se exalta humillándose. Vence perdiendo. Nos salva en la Cruz. A la Cruz sube Cristo, humillado y deshecho. ¿Quién escucha su grito? ¿Quién atiende su llanto? Su Nombre sobre todo nombre, para que al Nombre de Jesús toda rodilla se doble en la tierra, en el cielo y en el abismo. Su grito silencioso, sus lágrimas serenas, su dulce sueño, su abrazo tierno, esta noche serán rezo de vísperas en la capilla dorada de nuestra querencia cofrade y salmantina. No estaré pero os invito a estar y tocar con los dedos la madera desgastada de sus pies que mañana rozarán tantos labios en el día grande de su Exaltación. Y toda lengua proclame que Jesús es Señor para gloria de Dios Padre. Para que no hubiera más llantos en el mundo, Cristo lloró en la Cruz, Cristo llora en la Cruz. Sollozo de tarde de Viernes Santo, de enfermedad y soledades, de guerras y destierros, de violencias y desdichas. Sollozo con los que sufren y por los que hacen sufrir. Sollozo de Jesús en la Cruz, para que lo exaltemos en su pobreza y lo recemos en su misericordia, para que celebremos la grandeza de su pequeñez y nos hagamos como Él uno de tantos, obediente hasta la muerte, y una muerte de Cruz. Para que no hubiera más muertes inocentes Cristo murió en la Cruz, Cristo muere en la Cruz.
En la célebre Oración del Huerto del genial Salzillo, el ángel señala la amarga y triunfante Cruz a Jesús mientras Juan, Santiago y Pedro duermen entre los olivos de Gestsemaní. Siempre llamó mi atención este sueño de los amigos del Señor, sueño diferente según la edad: el del joven Juan, el de su hermano mayor Santiago, el de Pedro, primero entre los apóstoles de cuya fiesta estamos en vísperas. Pedro duerme y sueña. No con lágrimas, sino con la victoria del Mesías esperado. No con sangre, sino con la respuesta clara de su admirado Maestro. No con persecuciones, sino con el sereno caminar sobre las aguas y las tierras del pueblo que vagaba errante y ahora ve la Luz. "Señor, Tú sabes que te amo". Duerme y sueña Pedro. Las sandalias prestas para el camino, la red dispuesta para faenar en el lago, el sueño ligero y eterno, entre los olivos.
Mañana sale la procesión más importante del año, porque el paso es el mismo Jesucristo, sin otra advocación que su mismo ser ya nuestro, sin más cofradía que la Iglesia entera ya suya. Todos de Él. Todos de su pan de vida y de su vino de eterna entrega. Todos de su Cuerpo Santísimo y de su Preciosísima Sangre. Todos de Él. Por igual. Para que entre las nubes plomizas y los aguaceros salga el Sol Invicto. Para que el arco iris tienda el abrazo de Dios con los hombres. Dios con nosotros es quien sale en procesión para trazar en el aire la Cruz del Amor de los amores. Dios con nosotros.
A todos, por igual, nos pasa. No somos ninguno ajeno a la curiosidad cofrade, ni a esa particularidad de enfocar imágenes desde el prisma de los que miramos una calle y vemos la procesión que por ella no transita, de los que contemplamos una notable escultura y nos preguntamos si saldrá a darse el paseo semanasantero de rigor. Antes de esperar la respuesta, que a menudo no buscamos, ya sabemos cómo organizaríamos el desfile y de qué colores habría de vestir la hermandad.
¡Cuántas catequesis nos da el Resucitado!
Para que no hubiera más cruces en el mundo, Cristo subió a la Cruz, Cristo sube a la Cruz. Esta tarde-noche la Vera Cruz celebra uno de sus actos cuaresmales, el Vía Crucis de su Nazareno, que no duerme pero también sonríe. Imagen añeja que se remonta al XVII, fermento de la congregación que luego surgiría y se encuentra hoy en San Julián. El de la Vera Cruz es el otro Nazareno, tan distinto y tan igual. El Nazareno chico que es el Nazareno padre. Para los papeles, Jesús con la Cruz a cuestas, como la Soledad de la Vera Cruz se llama de la Amargura. Este Nazareno tiene sombra que arropa y, siendo sombra, ilumina. Se proyecta allá donde puede, donde la dejamos: sea un monte de claveles rojos, sea una blanca pared de palacio episcopal convertido en sala de exposiciones. Pero la sombra prefiere cubrir con su aureola la ilusión de un Jueves Santo en la mañana soleada, o el llanto de un Viernes Santo en la tarde lluviosa. El Nazareno nunca sabe cuándo saldrá a la calle a extender amorosamente su sombra de paz, porque nunca se sabe a qué hora se entierra a Cristo en esta Salamanca. Por esto, no pierde la oportunidad de asombrarnos, de pintar la silueta de la calle de la amargura poniéndose a nuestra altura para ser reflejo de lo alto. Para que no hubiera más muertes inocentes, Cristo murió en la Cruz, Cristo muere en la Cruz.
A falta del postrero regalo de los Magos, pendiente de abrir aunque ya sabemos, o queremos creer, qué oculta el envoltorio, le queda al tiempo litúrgico de Navidad el poso de otra epifanía, o teofanía.
tres potencias que a unos les gustan más que la corona de espinas, y que no son otra historia sino su triple misión, que es la nuestra. Sacerdotes sin estola, profetas sin oratoria, reyes sin trono. Seguros siempre de lo inagotable de un pozo que no es como el de Siquem, porque hace brotar en nosotros un manantial hacia la Vida que no acaba. Hasta el infinito y más allá.